Escribir es, si no la más, una de las armas más poderosa que el ser humano ha creado.
Fíjate bien. Las palabras, las frases, las oraciones que formulas desaparecen en el mismo instante en el que son pronunciadas, arrastradas por un viento impetuoso que no perdona bautizado bajo el nombte de Tiempo. ¿Dónde acabarán todas esas palabras? Cada uno tiene un lugar para ellas.
Escribir puede ser tan poderoso que puede llegar a destruirte. Ni siquiera somos conscientes de lo que tenemos, por el simple hecho de que todo aquello que nos rodea, en su conjunto, supera el poder y la capacidad lógica de la mente.
Pero escribir también puede ser tan poderoso que te enseña cosas sobre tí que no conocías, cosas que estaban guardadas en un recóndito sitio de tu interior. A unos les sale del corazón. A otros, de la cabeza.
No sé que es peor.
Escribir con el corazón puede crear citas tan bonitas, tan perfectas, tan capaces de erizar nuestra piel cuando las leemos que creemos que dicha frase ha sido creada para ti y, a veces, por ti. Pero el corazón tiene la dichosa manía de ignorar el lado bueno de las cosas, y eso significa volverte esclavo de algo que aún no sé definir.
Escribir con la cabeza puede ser aún más destructivo, si cabe, que el poder del corazón. Escribir con la cabeza te obliga a sacar lo peor de tí, te obliga a conocerte a través de lo que expresas. Y créeme, conocerse a uno mismo puede ser increíble, pero si te quedas estancado en el mismo punto una y otra vez es tan letal que pierdes el sentido de la razón y cuestionas todo aquello que te rodea, que tienes.
No sé con qué he escrito esto. Y que así siga.
En honor al legado escrito de los Montoto.
miércoles, 22 de mayo de 2019
lunes, 7 de enero de 2019
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