viernes, 15 de enero de 2010

LA BODA DE MI HIJO PEPE

Cuando Pepe se casó
el 19 de junio,
con muchísimo calor,
esto fue lo que pasó:

La novia iba preciosa,
cual princesa en su carroza,
no se podía ir más hermosa.
Pepe tan guapo y galante;
buen porvenir por delante.
Todos de muy buen talante,
a Madrid nos dirigimos.

La familia, impresionante.
Sí, cuando bien elegimos,
es que ni el mejor brillante
se le pone por delante
a lo que tramó Cupido.

¡Con lo que yo deseé
ser una madrina digna,
guapa, fina y elegante...
Os digo que lo soñé.

Pero también os diré:
sin querer, me equivoqué.
No sé cómo me arreglé
que el sueño lo estropeé.

El dinero que gasté
en el traje que llevé;
los kilos que adelgacé,
el hambre que yo pasé
y ¡total! no me gusté.

Del modo que me peiné,
no me gustaba el tupé.
Diez años encima me eché,
pues, la dichosa mantilla,
aunque la usen en Sevilla,
no me la debí poner.

Cuando a Córdoba llegué
y del Ave me bajé;
después de todo pensé:
"Pero Maruja, mujer,
si lo que más vale es
el amor, no como esté
tu vestido o tu tupé".

Así que reflexioné.
No penseis que me amargué,
pues pronto me conformé
y enseguida me alegre.

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