Hola de nuevo a todos, no sé si me habréis echado de menos, si es así, lo primero, pedir disculpas por haberme dejado llevar por las nuevas tecnologías como el facebook, que me ha tenido un poco apartado del blog al que me debo y le debo tanto, no volverá a pasar, lo prometo. Si no me habéis echado de menos, mejor, esto será señal de que no hago mucha falta por aquí, con lo cual no es que me alegre, pero no me importa, eso es buena señal, es señal de que hay otra u otras personas con la capacidad suficiente para entretenernos a todos con sus cositas, con sus ocurrencias, con sus vivencias, aunque yo seguiré escribiendo de vez en cuando también algunas cosas, cositas, anécdotas, tonterías de las mías, en fin, publicaré si me lo permitís, algunas “Pajaritas” más, que para todos serán importantes, o al menos interesantes, por lo que su contenido refleja, con tanta sabiduría cómo, simpleza, naturalidad, bondad y sinceridad, que imprimía en ellas nuestro queridísimo abuelo.
Como todos sabéis, pues ya lo he comentado en varias ocasiones, a nuestro abuelo le encantaba escribir sobre su casa, su familia, sus cosas… contaba “ce por be, la verdad de su vida” (palabras suyas) yo no voy a contar, o voy a contar poco sobre mi casa, sobre mi vida, porque no la veo tan interesante, ni tan grande como la de él, porque no tengo esa capacidad para contarlo de la forma que lo hacía él, porque aunque me encantaría parecerme a él en algo, no quisiera ni por asomo, ni por el mínimo reflejo, comparar nada de lo que escriba, con alguna de esas maravillas que él nos dejó escritas, ¡qué más quisiera! Me conformaría sólo con poder empezar una como él lo hacía, pero cómo eso es imposible, me voy a contentar con publicar las suyas, esto a lo mejor me enseña algo.
Veréis, mi casa, es una casa donde sólo vivimos dos personas, es por eso que la tranquilidad, la paz, unidas a mi querida señora, reinan en ella, los niños los tenemos estudiando en Londres, hace ya algunos años, vienen poco por España, así que una casa sin niños cómo imaginareis es una balsa de aceite ¡es broma, no tenemos niños, bueno, dejemos las bromas y tonterías aparte! Como digo mi casa es la tranquilidad absoluta, tenemos nuestras tareas domésticas como cualquier hogar, nuestros ratitos de relax, charlas pausadas y tranquilas acompañadas del inseparable “botellín” y ¡cómo no! Los zafarranchos de limpieza a los que nos dedicamos los dos regularmente, pero no impera “El orden de Isabel” no porque mi señora no sea ordenada y limpia, ¡no! Es más bien porque este que escribe y comenta es un verdadero desastre, que lo va dejando todo por cualquier sitio, en ese orden desordenado que tenemos los hombres, eso sí, cuando no encuentro algo, que suele ser casi siempre, ahí está mi señora con sus comentarios: ¡lo tienes en tal, o cual sitio! ¡Lo has dejado aquí, o allí! ¡Cualquier día pierdes la cabeza! Y cosas así, con esto podréis comprobar el orden desordenado que tengo, y lo eficaz del orden de mi querida señora (eres la mejor del mundo)... ¿por qué os cuento esto? Lo explico: me encanta leer cuando me voy a dormir, tengo en la mesita de noche lo que llamaré una verdadera jaula llena de “Pajaritas” y de recuerdos, (¡cuántas cosas, y cuantos recuerdos caben en el cajón de una mesita de noche!) aquí tengo todas las “Pajaritas” que obran en mi poder, unidas a algunos recuerdos de incalculable valor sentimental, es mi baúl de los recuerdos, pues en este mi baúl, en un ratito de esta querida lectura, abro uno de los libros de “Pajaritas” y al azar sale una de ellas tan encantadora cómo cualquiera, con su carga de recuerdo y sentimiento para mí: “el orden de Isabel” dedicada a persona tan unida a él, y querida por él tanto cómo cualquiera de nosotros, con su comentario a otra persona más, que también es igual de querida “Rafaela” de ella será la próxima, en esta ocasión os transcribo la que le publicó a Isabel por su dedicación al orden y la pulcritud.
EL ORDEN DE ISABEL
No sé si te habré hablado de Isabel. Isabel es el orden, la limpieza, el método y la compostura. Dicho está que es la actividad constante. Ella no puede ver un papel en el suelo, una silla mal puesta, nada en desorden o fuera de su sitio. Por donde va pasando, va actuando. ¿Un papel, una brizna de algo? Se agacha y lo recoge. ¿Una silla torcida o fuera de lugar? ¡Pues a su sitio! ¿Un libro, unos papeles sobre un mueble? Los recoge y los pone donde cree que están bien. Por eso ella es la única en la casa que sabe donde está lo que se busca. Cuando algo necesito, lo primero que hago es llamar a Isabel. “Vamos a ver: ¿tú sabes dónde estará tal cosa?” Y ella a su vez pregunta: “¿eso qué es?, ¿una cosa así entrelarga de color gris oscuro?” “¡eso precisamente!”, digo yo. Y ella responde: “¡Ah!, sí. Yo lo vi y lo guardé” Y acto seguido se te presenta con lo que tú deseas.
Como todo en el mundo tiene su pro y su contra, este pro de limpieza, de orden y pulcritud, tiene contra también: la contra de la mesa del despacho. Tres meses he vivido disfrutando del estilo fullero de Rafaela. Mis hijas por ahí, y yo solo con ella, le dije “Rafaela: no toques los papeles”. Y lo cumplió tan bien que al regresar mis hijas y al tomar nuevamente Isabel la limpieza a su cargo, había verdaderas montañas de cuartillas, de notas, de cartas y de apuntes.
Ya todo eso acabó: con la muerte del sistema liberal de Rafaela, se ha entronizado la dictadura de Isabel. Por la mañana, cuando llego a mi mesa, está que cruje de limpia y de ordenada. En ella –según el dicho ponderativo de pulcritud que se estila en mi pueblo- “pueden comerse migas”. Pero como resulta que yo la mesa no la quiero para comer migas, sino para escribir y trabajar, me veo negro después.
Conociendo el estilo me las voy ingeniando para hacer menos catastróficas las consecuencias del orden. Ya me voy orientando con el sistema que Isabel pone en práctica. Sin embargo, a veces tardo un rato en hallar lo que antes, en estos tres meses rafaelescos, encontraba en un vuelo.
¿Es malo este sistema? Para mi acaso sí; para la casa no. La casa gana mucho con la monomanía de Isabel. Y acaso gane yo, porque me obligue a aficionarme al orden. Aun cuando ya… Lo que no has conseguido en dos docenas de años que hace que desde Arcos te viniste a servir a esta casa, no creo que lo consigas. Como tampoco yo he podido lograr que me dejes las cosas en desorden, que es el orden perfecto de los desordenados como yo.
Menos mal que las cosas que guardas y que escondes las localizas pronto. Nos basta interrogar, para que, como por encanto, surjas tú, preguntando: “¿Eso que dice usted es una cosa así entrelarga y oscura?” Y al decirte que sí, nos tranquilizas al contestar: “Pues yo sé dónde está: la vi aquí encima y cogí y la guardé”.
Que Dios te guarde a ti por muchos años, guardadora fiel, reina de la limpieza, del método, del orden y del aseo. Y que lo vea yo.
JOSÉ MONTOTO
5 comentarios:
Gracias Cris, voy a tener que reabrir el dpto que cerramos, que efectividad tienes, eres grande. Besitos, querida "PRIMAMIGA" ¿Ves una cosa aquí, en esta palabra?
De nada, ¿qué es lo que tengo que ver? espera que me pongo las gafas ahora que no me ve nadie...
Pues mira, con esto del orden desordenado tengo yo una anécdota. Tengo un amigo soltero, con mucho dinero, que vive en una gran casa en el centro, con una tata como Isabel. Un día lo invité a cenar. Me pasé todo el día ordenando y riñéndole a los niños: miguelitooooo llévate ese coche a tu cuartoooooo. martaaaaaa no traigas la barbiiii al salooooon... Unos minutos antes miré a mi alrededor contenta del resultado. Llegó y le enseñé la casa. Me dijo: la casa está muy bien, pero es lo más parecido que he visto a Apocalipse now... verdaderamente miré mi casa con sus ojos, y vi que mi orden era caótico... ¡igualito que la mesa del abuelo!
¡Sí, no me digas! ¿Que tu casa es caotica? ¡Anda yaaaaa! Si yo he estado allí y no ha visto nada de eso. Lo que tienes que ver es, que la "MIGA" ha vuelto al lugar de donde nunca debió salir, ¿Ya no te acuerdas?
tú si que tienes MIGA, mi arma. Tanto facebú, tanto facebú... ¿a que te etiqueto?
¡Po vale! mientras no me digas "tatequieto" puedes hacer lo que quieras, ya tenías mi permiso ¿tampoco te acuerdas? ¡cuanto te he echado de menos, killaaaa!
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