martes, 8 de mayo de 2012
FUNERAL POR TÍA MARÍA
EL VIERNES 11 DE MAYO, A LAS 21 H. SE CELEBRARÁ UN FUNERAL POR TÍA MARÍA EN LA PARROQUIA DE LOS REMEDIOS.
domingo, 6 de mayo de 2012
TÍA Y MADRE.... MARÍA
Y... SALIÓ LA PRIMERA
¡Qué sencillo, y a la par qué difícil es morir! Sencillo, porque está en la voluntad de Dios que se apague tu vida. Difícil, porque está en tu voluntad -en el dominio de tus nervios, en el domar y tener a raya los afectos, en situarte de una manera consciente sin nerviosismos ni movimientos histéricos- el morir dignamente, tal como quiere Dios.
Morir es la batalla decisiva: el triunfo sempiterno o la derrota eterna. Y para trance tal, hay que tener los nervios bien templados.
¿Y cómo, y de qué modo se templan esos nervios, cómo puede ir el alma a la pelea con sus armas mejores? Buscando en la oración durante muchos años la fuerza que no tienes, el poder que te falta, el valor que precisas.
Cómo es ley que alcanza a todos los mortales, se venía planeando la batalla desde hacía muchos años; desde el instante mismo de nacer. El momento era incierto, pero cierto que el trance llegaría. Y por ello, como sabio y prudente capitán, ella tenía a mano las armas bien bruñidas, y todo el arsenal de lo que sería necesario, preparado y a punto.
Y en la hora del tránsito del uno al otro día, recitando el Magnificat, enamorada siempre de la Virgen, su alma salió del cuerpo aquel, porque Dios quiso darle lo que no hay en la tierra. ¡Ay qué bello y qué dulce el morir de los justos! ¡Ay qué liada "Pajarita" la que voló al Señor en la hora solemne de aquella noche! ¡Ay qué feliz sería, si al llegar mi momento yo pudiese y supiese librar la batalla postrera con tal sabiduría!
"Y consiento en mi morir, con voluntad placentera, clara y pura, que querer hombre vivir, cuando Dios quiere que muera, es locura".
Querida Tía María: aún recuerdo, y no se me olvidará nunca, cuando hablábamos sobre lo difícil que es esto de escribir, sobre las veces que escribía y borraba una y otra vez hasta dar con lo que quiere uno contar de la forma que creía era la más adecuada, lo dejé reflejado incluso en una ocasión. Esto no es algo que sólo me pasa a mí, escribir sin hacerlo, sin llevarlo o trasladarlo al papel, imaginarlas y darles forma sin hacerlo, no es cosa exclusiva en nadie. Abuelo lo contaba de esta forma en una de sus "Pajaritas".
Cuento todo esto porque para escribir sobre ti, no hace falta soñarte, para contar algo sobre ti, no hace falta escribir, basta sólo con cerrar los ojos y pensar, todo lo que me viene a la memoria es hermoso, todo bondad, todo amor y cariño, entrega en todos los aspectos de la vida, todo es bonito, nada tiene de trabajo, nada tiene de engorro, todo es amable, y lo más hermoso sin duda, es ver esa sonrisa que permanentemente habitaba en tu alma y se mostraba en tu rostro. Darle forma tampoco es trabajoso, darle forma, es recordar la forma que tenías de dar dos besos de saludo cuando ibamos a verte a tu casa, unidos a la suave caricia de tus manos. Esto es muy difícil, Tía María, porque hablar de ti es hablar de Tía Tote, pues sois almas gemelas, únidas hasta el final. Es difícil, porque habéis llenado nuestro corazones de tanto amor, que ahora dejas un vacío imposible de llenar. Tus hermanas, tu hermano, tus sobrinas, sobrinos, sobrinas y sobrinos nietos... En definitiva, tus "Hijos" (siempre serás nuestra "Madrecita") primas, primos, amigas, amigos, todos, absolutamente todos, te echaremos mucho de menos.
Cuanto toca a la madre es adorable: que si adorable es ella, no menos lo es aquella que a falta de la madre hace sus veces, y a la que llamo yo "la madrecita".
Yo no sé ahora, porque todo ha cambiado. Pero antes, gozaban las chiquillas con jugar a mayores. Su espíritu femenino, su instinto de mujer hacendosa, su natural anhelo maternal, le hacía preferir dos juegos inocentes: uno el de las muñecas, acunando a su niña, durmiéndola, diciéndole dulces frases de amor; otro el de la casita. En el extremo de un corredor establecía su casita, colocaba sus cachivaches y se hacía la ilusión de un hogar. Si en la casa había más de una, había tantas casitas como niñas: Y una a la otra se visitaban hablándose de usted y contándose cosas de sus hijos, todo remedo de lo que oían a las madres de veras.
De vez en cuando, estas madres de mentirijillas pasaban a serlo de verdad, cuando, por desgracia, la muerte se llevaba a la madre verdadera. En algún caso, y sin solución de continuidad, hubo quien tuvo que pasar de jugar a la casita a gobernar la casa; de la ficción de mujer, a la verdad de serlo prematuramente.
Estas niñas que se ven forzadas a dejar los juegos para empuñar las riendas de un hogar, son en todo admirables. Sus cabecitas han de trocar los sueños por las realidades, la feliz insconciencia juvenil por la responsabilidad de una función augusta. Tienen que ser como madres de hermanos que les igualan la edad, como esposas del padre, cuyo cuidado embarga sus horas. Son mártires chiquitas que aceptan con mansa resignación sacrificios y cuidados sin cuento. Se diría que sus madres desde el cielo las guían y aconsejan para que acierten en el papel difícil que han de desempeñar.
La madrecita no ha tenido la alegría de crear un hogar: se lo ha encontrado hecho y ha tomado el gobierno de la casa en tétricos instantes. No ha fundado el hogar con ilusión: se lo encontró fundado y entristecido con crespones de luto. Pero ella, animosa, con esa ternura femenina, con ese instinto de maternidad, se asocia al padre en velar por los hijos, adopta como tales a los que son hermanos, renuncia a muchas bellas ilusiones, frena su risa, acepta sinsabores y cuidados, y va serenamente, con valor femenino -que es el valor mayor y más audaz- haciendo su papel de madrecita, cuidando de todo, vigilándolo todo, sacando, no sé de dónde, ternuras para el padre y los hermanos, que nada echan de menos porque nada les falta. ¿De dónde sacan fuerzas para tanto, y dónde aprenden lo que aun no tienen tiempo de saber? ¿Es que hablan con sus madres al rezar? ¿Es que sueñan con ellas? ¿Es que ellas les inspiran la conducta a seguir? Misterio impenetrable es todo esto. Pero lo cierto es que una madre nunca se va del todo. Que algo nos queda de ella. Y es que ellas no se van -porque así se lo piden al Señor- hasta que ven que el lugar que ellas dejan puede ocuparlo ya esa criatura, amable y admirable, a la que llamo yo "la madrecita".
JOSÉ MONTOTO
¡Qué sencillo, y a la par qué difícil es morir! Sencillo, porque está en la voluntad de Dios que se apague tu vida. Difícil, porque está en tu voluntad -en el dominio de tus nervios, en el domar y tener a raya los afectos, en situarte de una manera consciente sin nerviosismos ni movimientos histéricos- el morir dignamente, tal como quiere Dios.
Morir es la batalla decisiva: el triunfo sempiterno o la derrota eterna. Y para trance tal, hay que tener los nervios bien templados.
¿Y cómo, y de qué modo se templan esos nervios, cómo puede ir el alma a la pelea con sus armas mejores? Buscando en la oración durante muchos años la fuerza que no tienes, el poder que te falta, el valor que precisas.
Cómo es ley que alcanza a todos los mortales, se venía planeando la batalla desde hacía muchos años; desde el instante mismo de nacer. El momento era incierto, pero cierto que el trance llegaría. Y por ello, como sabio y prudente capitán, ella tenía a mano las armas bien bruñidas, y todo el arsenal de lo que sería necesario, preparado y a punto.
Y en la hora del tránsito del uno al otro día, recitando el Magnificat, enamorada siempre de la Virgen, su alma salió del cuerpo aquel, porque Dios quiso darle lo que no hay en la tierra. ¡Ay qué bello y qué dulce el morir de los justos! ¡Ay qué liada "Pajarita" la que voló al Señor en la hora solemne de aquella noche! ¡Ay qué feliz sería, si al llegar mi momento yo pudiese y supiese librar la batalla postrera con tal sabiduría!
Querida Tía María: aún recuerdo, y no se me olvidará nunca, cuando hablábamos sobre lo difícil que es esto de escribir, sobre las veces que escribía y borraba una y otra vez hasta dar con lo que quiere uno contar de la forma que creía era la más adecuada, lo dejé reflejado incluso en una ocasión. Esto no es algo que sólo me pasa a mí, escribir sin hacerlo, sin llevarlo o trasladarlo al papel, imaginarlas y darles forma sin hacerlo, no es cosa exclusiva en nadie. Abuelo lo contaba de esta forma en una de sus "Pajaritas".
EN EL NOMBRE DE DIOS
Yo había "escrito", en mi juventud, cosas bonitas. Las había escrito sin escribirlas, que es como mejor salen. Solo para mí: las imaginaba, les iba dando forma, soñaba con ellas, me recreaba en ellas y las olvidaba luego. Escribir es trabajo y es engorro, y, ¿a qué escribir, si para nuestro gusto y nuestro recreo nos basta y sobra con la fantasía, con el soñar, con el imaginar?
Muchas veces, al escribir, me digo: Y esto, ¿qué le importa a la gente? Pero es el caso que eso me importa a mí, y yo escribo más para mí que para los demás.
Cuento todo esto porque para escribir sobre ti, no hace falta soñarte, para contar algo sobre ti, no hace falta escribir, basta sólo con cerrar los ojos y pensar, todo lo que me viene a la memoria es hermoso, todo bondad, todo amor y cariño, entrega en todos los aspectos de la vida, todo es bonito, nada tiene de trabajo, nada tiene de engorro, todo es amable, y lo más hermoso sin duda, es ver esa sonrisa que permanentemente habitaba en tu alma y se mostraba en tu rostro. Darle forma tampoco es trabajoso, darle forma, es recordar la forma que tenías de dar dos besos de saludo cuando ibamos a verte a tu casa, unidos a la suave caricia de tus manos. Esto es muy difícil, Tía María, porque hablar de ti es hablar de Tía Tote, pues sois almas gemelas, únidas hasta el final. Es difícil, porque habéis llenado nuestro corazones de tanto amor, que ahora dejas un vacío imposible de llenar. Tus hermanas, tu hermano, tus sobrinas, sobrinos, sobrinas y sobrinos nietos... En definitiva, tus "Hijos" (siempre serás nuestra "Madrecita") primas, primos, amigas, amigos, todos, absolutamente todos, te echaremos mucho de menos.
LA "MADRECITA"
Cuanto toca a la madre es adorable: que si adorable es ella, no menos lo es aquella que a falta de la madre hace sus veces, y a la que llamo yo "la madrecita".
Yo no sé ahora, porque todo ha cambiado. Pero antes, gozaban las chiquillas con jugar a mayores. Su espíritu femenino, su instinto de mujer hacendosa, su natural anhelo maternal, le hacía preferir dos juegos inocentes: uno el de las muñecas, acunando a su niña, durmiéndola, diciéndole dulces frases de amor; otro el de la casita. En el extremo de un corredor establecía su casita, colocaba sus cachivaches y se hacía la ilusión de un hogar. Si en la casa había más de una, había tantas casitas como niñas: Y una a la otra se visitaban hablándose de usted y contándose cosas de sus hijos, todo remedo de lo que oían a las madres de veras.
De vez en cuando, estas madres de mentirijillas pasaban a serlo de verdad, cuando, por desgracia, la muerte se llevaba a la madre verdadera. En algún caso, y sin solución de continuidad, hubo quien tuvo que pasar de jugar a la casita a gobernar la casa; de la ficción de mujer, a la verdad de serlo prematuramente.
Estas niñas que se ven forzadas a dejar los juegos para empuñar las riendas de un hogar, son en todo admirables. Sus cabecitas han de trocar los sueños por las realidades, la feliz insconciencia juvenil por la responsabilidad de una función augusta. Tienen que ser como madres de hermanos que les igualan la edad, como esposas del padre, cuyo cuidado embarga sus horas. Son mártires chiquitas que aceptan con mansa resignación sacrificios y cuidados sin cuento. Se diría que sus madres desde el cielo las guían y aconsejan para que acierten en el papel difícil que han de desempeñar.
La madrecita no ha tenido la alegría de crear un hogar: se lo ha encontrado hecho y ha tomado el gobierno de la casa en tétricos instantes. No ha fundado el hogar con ilusión: se lo encontró fundado y entristecido con crespones de luto. Pero ella, animosa, con esa ternura femenina, con ese instinto de maternidad, se asocia al padre en velar por los hijos, adopta como tales a los que son hermanos, renuncia a muchas bellas ilusiones, frena su risa, acepta sinsabores y cuidados, y va serenamente, con valor femenino -que es el valor mayor y más audaz- haciendo su papel de madrecita, cuidando de todo, vigilándolo todo, sacando, no sé de dónde, ternuras para el padre y los hermanos, que nada echan de menos porque nada les falta. ¿De dónde sacan fuerzas para tanto, y dónde aprenden lo que aun no tienen tiempo de saber? ¿Es que hablan con sus madres al rezar? ¿Es que sueñan con ellas? ¿Es que ellas les inspiran la conducta a seguir? Misterio impenetrable es todo esto. Pero lo cierto es que una madre nunca se va del todo. Que algo nos queda de ella. Y es que ellas no se van -porque así se lo piden al Señor- hasta que ven que el lugar que ellas dejan puede ocuparlo ya esa criatura, amable y admirable, a la que llamo yo "la madrecita".
JOSÉ MONTOTO
viernes, 4 de mayo de 2012
MARIA. Llena de virtudes y de gracia, de amor y de cariño, de paciencia y sabiduría, de caridad, de respeto, de humildad, de "tiritas y pañuelos", de corazón puro y de todas las cosas que formaban parte de tu entrañable mundo. PILAR, de espiritu recio, inamobible de raices, justa y poderosa, de alma grande y del metal del que están hechas las mejores madres. Me queda todo de tí y formas parte de lo mejor de mi existencia. ¡TE QUIERO! A mi Tía, Maria del Pilar. Eduardo Castrillón Montoto
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