Vuelvo a este blog después de tanto tiempo sin escribir, para desentrañar un misterio que nos tenía un poco alborotados en los últimos días.
Todo empezó cuando releímos por watsapp una entrada que hizo tía Conchita el 16 de mayo del 2009, que se llamaba "¡Qué bien se vivía en casa!" (podéis leerla pinchando AQUÍ).
En ella recordaba con unas cariñosas palabras a sus hermanos mayores, entre los que había una niña que murió muy pequeña y que ya hablaba, por lo que debía tener dos o tres años. Era un poco mayor que tío Jesús, pero no sabían su nombre, sólo la conocían por un retrato que había en el salón y por el nombre de "la niña que se murió". Cuando ya eran mayores supieron que ni siquiera era ella la del retrato, aunque lo conservaron —y lo conservan— en lugar preferente de las diferentes viviendas que han ido teniendo las tías, sino que la abuela recuperó un retrato infantil de tío Rafael porque se parecía mucho a esa rubilla que fue la mayor de sus hijas.
Y esos eran los únicos datos. No aparecían referencias suyas en ningún documento, árbol genealógico ni listado, ni sabíamos si había sido enterrada en Lora o en Cádiz, donde residían en esos momentos y donde nacieron los siguientes hijos. Sin embargo, sí que se conocía que había muerto otro hermano, cuando tenía unos meses, que se llamaba Luis, nombre que le pusieron al hijo que nació a continuación.
Tía Tote recurrió al "equipo de investigación" familiar, para ver si podíamos averiguar su nombre, ya que tenía la inquietud de no haber tenido la curiosidad de preguntar nunca por él "y cuando llegue al cielo no voy a saber cómo llamarla".
Pues bien, las pesquisas han dado sus frutos, pero el misterio se ha resuelto sin recurrir a legajos, archivos ni registros civiles. Teníamos la solución más cerca de lo que pensábamos. Hemos conocido el nombre y la historia de esta niña por las palabras del abuelo —una vez más—, que nos la cuenta en una pajarita de papel que escribió en el año 1950. Verdaderamente, las pajaritas del abuelo son una mina para conocer nuestra historia, que es como conocernos mejor. A ver si algún documentalista familiar las va recuperando (¡Jesusito de mi vida! ¡con la de cosas que nos quedan por conocer de nuestra familia, que no se pierdan!)
Queridos primos, tengo el honor de presentaros a MARIQUILLA MONTOTO DE FLORES. Nuestra tía. Por fin tiene nombre "la niña que se murió".
LA NIÑA QUE SE MURIÓ
Hace ya muchos años. Yo tenía una niña que era un encanto. Todos los de la casa estábamos chiflados con ella. Poco más de dos años tenía cuando, en pleno florecer de sus gracias y de sus deliciosas ocurrencias, quiso volar al Cielo. Era la única niña; estaba entre el tercero y el cuarto de los varones. Y siendo sola, no tuvo nunca nombre; era "la niña".
Se fue la niña. Dios la quiso para Él y nada nos quedó sino, con el recuerdo, con el dolor intenso de los padres y el estupor medroso de sus hermanillos, un mechoncito rubio que su madre guardó como reliquia del ángel que voló. Ni retrato teníamos de ella. Pero, ve qué portento: una fotografía había de unos de mis hijos que, por raro fenómeno, en nada se parecía al original y era, en cambio, un retrato fiel de la niña muerta. Se hizo una ampliación de aquel retrato, se colocó en un marco de plata y desde entonces está en lugar preferente de mi sala.
Y aunque todos sabíamos quién era el retratado, fue tal la sugestión del milagroso parecido y fue tal el cariño y el afán que pusimos en que el retrato fuera de la niña, que, desde aquella hora, siempre que hubo que nombrar o referirse al retrato se designó como el de "la niña que se murió".
Su nombre le fue puesto a otra niña que vino unos meses después; por ello, porque el nombre es ya de otra, ella quedó sin él. Ni lo tuvo primero, porque al ser ella sola era sólo "la niña", ni lo tuvo después que se le dio a otra. Y ella siguió siendo "la niña" siempre: "la niña que se murió".
La veo todas las noches; con su boquita fruncida en gracioso mohín, con su pelito rubio, con su tez sonrosada... Desde hace varias noches me parece que sus ojillos vivos me reprochan un pecadillo mío: "Padre —le creo oir—: ¿con tanta "Pajarita", y ni una para mí? ¿Tantas a mis hermanas y a mí ni una tan sola?" Por eso en esta noche he querido evitar el reproche imaginado y hablar un poco de la niña rubia, de aquella encantadora criatura, primera de mis hijas y guía y adalid de las demás.
Verás tú, Mariquilla: a mí se me figura que tú, como mayor, y la chica, que ahora va a profesar en su convento, os habéis constituido como en guía segura de las otras. Tú, que fuiste la primera, te fuiste al Cielo una noche de Enero, abriendo así el camino que las otras deberán de seguir cuando Dios dispusiese. La chica, por seguir tu camino, se ha consagrado a Dios para en su día volar la misma ruta que tú volaste entonces. Y entre las dos, sirviendo tú de guía y la chica como de escolta, como de guardiana, andan las otras cuatro que "emparedadas" entre vosotras dos, no se pueden perder en el camino. La mayor y la chica habéis sido las más aventajadas de la casa. Tú con la felicidad de la facilidad que Dios te dio llamándote tan niña. Ella, con la felicidad de la fuerza que le ha dado el Señor para dejarlo todo por su amor.
Alguna vez pensé que no te estaba bien el nombre que te dábamos. Tú no eres ciertamente la niña que se murió sino la niña que se fue a vivir la Vida verdadera. Y porque estoy en lo cierto, y es de fe, que te fuiste a la Gloria, porque te abrió sus puertas el Bautismo y no perdiste la gracia bautismal: porque estás en la Gloria, "niña que se murió" para vivir, yo te tengo nombrada mi abogada.
Ya ves en dónde tengo tu retrato: la Virgen en el centro, y a los lados estáis tu madre y tú. Yo os veo todas las noches y me figuro que así andáis por allá: en el centro la Virgen, vosotras a su lado gozando y suplicando por nosotros. Y nosotros aquí, tan fuera de sentido y realidad que seguimos con la necia costumbre de designarte por el absurdo nombre de "la niña que se murió". Y no te has muerto, no. Ni para Dios, en cuya Gloria vives, ni para mí, que te tengo tan viva en el recuerdo que has logrado el milagro de que nos olvidemos de que aquel tu retrato no es el tuyo, sino de otro hijo mío que en aquella razón quiso Dios que, en vez de salir él, salieras tú de la cámara oscura por prodigioso arcano.
Hace ya muchos años que una noche como esta del frío Enero vinieron muchos ángeles por tí. Desde entonces te vengo nombrando "la niña que se murió", pero sé que es mentira. Ya ves si no te has muerto, que tu vida es completa. Vives en el recuerdo de tu padre. Y vives en la Gloria del Señor.
José MONTOTO