Hay algo que quiero contar y que no voy a dejar de hacer ahora que se presenta la ocasión. Ésta "Pajarita" ya tuve la intención de publicarla cuando aún el destinatario de la misma hubiese tenido la oportunidad de volver a leerla, creo que hubiera sido lo más correcto. No lo hice, creí que no sería bien recibida por "sacar de nuevo su interioridad a vergüenza pública" y ¿sabéis que? Creo sinceramente que me equivoqué, que le hubiera hecho ilusión, creo que le hubiese gustado volver a leerla de nuevo, pues es de imaginar también que la leería en su día, aunque no le haría la misma gracia esta vez que la del día primero de su publicación. Dicen que: "No te arrepientas de lo que has hecho, arrepiéntete de lo pudiste hacer y no hiciste", y, he aquí que yo me arrepiento de no haberlo hecho en su momento, ése momento en que creí que que debía haberla publicado para su gozo y disfrute.
Bueno, es el caso que he decidido hacerlo, ésta vez no habrá arrepentimientos, pero creí lógico que debía pedir previa autorización a alguno de sus hijos, al menos. Hace pocos días Santiago y yo tuvimos la oportunidad de vernos y charlar un buen rato, y aproveché el momento para pedir permiso, obteniendo su beneplácito para atacar dicha empresa.
Sobre la "Pajarita" ¿Que podría yo comentar? Bueno, ¡Por ejemplo! ¿Que por esta vida hay que "andar al loro" o... con "pies de plomo"? Esto no hace falta que yo lo diga, todos sabéis que esto es así, sin dudas, y para el que no lo sepa, que tome nota del consejo que tiene la razón de dar un padre a un hijo, no sin antes poner en total claridad y hacer justa la frase aquella, ese refrán que reza en forma y modo, aquel que dice que: ¡"No te puedes fiar ni de tu padre"!
El asunto del que escribir era algo en lo que Don José se las tenía y traía en dura pugna más de dos y más de tres veces, con lo cuál, como un gran y buen cazador, agazapado en su puesto, estaba al punto y esperaba paciente en ocasiones, impaciente y dubitativo en otras, hasta que se las veía venir y "saltaba la liebre"... Encañonaba, encaraba, apuntaba su pluma, y... ¡Púm púm! ¡Listo! Ya está aquí "el asunto", y la prueba es más que evidente, cuando Don José ponía su pluma en movimiento y apuntaba, ya fuera o fuese hijo, amigo o familiar... ¡Temible! Pero eso sí.... ¡Amable! Aún "sacando sus interioridades a vergüenza pública" las vergüenzas no sólo suyas, las vergüenzas de toda la humanidad, y os aseguro que tiene "Pajaritas" que sacarían las vergüenzas de muchas cosas y casos de la más rabiosa actualidad, pero eso es.... "otro contar".
EL "ESTIRÓN" Y EL TRAJECITO NUEVO
por José Montoto González de la Hoyuela
por José Montoto González de la Hoyuela
Al retirarse esta noche mi hijo más pequeño, ya en la puerta de la estancia en que nos reuníamos la familia, se volvió, muy solemne, y me encargó: "Papá ¡cuidado con la "Pajarita" de mañana!" "¿Por qué, hijo mío?" -le he interrogado yo- Y él me responde al punto: "Por lo del traje nuevo".
Y he aquí que lo que a mí no se me había ocurrido, me lo ha apuntado él con su, hasta cierto punto, fundada suspicacia. Porque es que ellos se quejan a menudo de que saco sus interioridades a la vergüenza pública. Mas no son las de ellos las que saco, sino las de toda una humanidad, ya que hombres y mujeres, muchachas y muchachos, tenemos tantas cosas de común que lo que se cuenta de uno puede aplicarse a muchos.
Bueno, me dirás tú "¿Pero qué es eso del trajecito nuevo?". ¿Y tú me lo preguntas? Pues ¿tú no has sido joven y has vivido esa hora inolvidable? Claro es que el hijo mayor no da al caso tan enorme importancia, porque la ley de herencia, agravada por la horrenda costumbre de las vueltas, no hizo de él una víctima. Pero aquellos que siguen al mayor, saben bien la amargura del reestreno. El reestreno casero es convertir en nuevo un traje usado: hacer del que se quedó chico al mayor, la gala que ha de lucir el más pequeño en las solemnidades. Y si, como ocurría al mío chico, había cuatro mayores por delante, ¿cuando, cómo y por qué había él de estrenar ropa ninguna? Por eso un día reclamaba el derecho a intervenir en la elección de trajes de los otros mayores, pues que en definitiva él los habría de usar en su tiempo y sazón.
El que dijo que no hay mal que cien años dure, dijo mucha verdad. Y el mal de mi hijo chico ha cesado, porque se puso grande. Ha dado lo que se llama el "estirón".
Yo no sé como lo definirá el diccionario. Lo que sí sé decirte es que, lo defina como lo defina, el estirón por antonomasia consiste en el paso de una estatura de 1,45 a otra de 1,70 en el transcurso de dos meses. El estirón lo suele dar todos; unos antes y otros después, todos acometen la hazaña de ponerse desgarbilados, laguiruchos y desangelados, a la vez que su vos argentina se trueca en vozarrón en el que todo gallipavo se encuentra en el derecho de anidar.
La edad del estirón es también la del pavo o del pato, que ambos nombres recibe. En esta edad se suele presenciar una revolución en muchas casas: porque es que, a veces, el estirón del chico es de mayor cuantía que el que dieron un día los mayores, y resulta que el más chico es el mayor, y el más grande el más chico. Y esto que perece un galimatías, no lo es; esto es que se nos pone el menor mucho más corpulento que aquel que nació antes.
Pues mi hijo el chico, para su gozo y su felicidad, ha dado el "estirón", se ha puesto más buen mozo que los otros y ha echado un vocetón de mil diablos. Y ya, con su tamaño, es inútil pensar en herencias de ropa. A lo sumo, él será en adelante el causante, pero no el causahabiente.
Motivos tiene para estar contento: de ser el más pequeño has llegado a ser el más grande de todos; vas a estrenar un traje, tienes un vozarrón que, una vez que se limpie de tantísimo gallo, puede llevarte a bien remunerada sochantría. No, no puedes quejarte de tu suerte.
Y ahora que estás hecho un hombrecito, voy a darte un consejo: No seas en esta vida un hombre ingenuo, mira que por la boca muere el pez. Cuando algo temas de alguien, ponte a la defensiva y procura que no te hagan lo que temes, pero a nadie le digas "no me haga usted tal cosa", porque pudiera ser que el tal no lo hubiera pensado y sea tu advertencia la causa de que caiga en hacer lo que no pensaba hacer en perjuicio tuyo. Ya ves: yo no pensaba hablar de tu estirón, no se me había ocurrido. Pero bastó que tú me lo prohibieses para que yo pensase: "¡Caramba! Pues ya tengo el asunto para la "Pajarita" de mañana. Recibe, con el traje de hombre, la enseñanza de que los hombres, ¡hasta tu propio padre! son de mucho cuidado. Y no olvides muchacho esta lección.