A mí no es que me parezcan mal las cofradías de renombre mundial y de miles de hermanos ¿qué habían de parecermelo cuando ellas representan un triunfo de la fe? Pero, me atraen más esas humildes, sencillas y apartadas en capillitas chicas, cuidadas con amor y sacrificio. Por eso, cierta vez que pasé por la calle Varflora y vi abierta la puerta de la Capilla, entré en ella un momento. Pero lo que pensé fuera un momento lo extendí a un rato largo ¡se estaba allí tan bien!
Durante el rato aquel, mirando a la Señora me acordé del título de la Cofradía: Cristo de la Salud, Nuestra Señora de la Luz en el Misterio de sus Tres Necesidades y Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad. Entonces pensé yo en las necesidades mías, que no sé si son tres o una sola: quizás sólo sea una. Porque es que, en realidad, lo que necesitamos en la vida sólo se cifra en una cosa seria: la eterna salvación. Luego, de menor rango, hay otros bienes que apetecemos y necesitamos: salud, paz, luz para conocer nuestro deber, el pan de cada día... Cuanto la cofadía incluye en su título. Yo miré aquella imagen de la Virgen con inmensa ternura. La ví que no era rica, que su casa era mínima, que estaba casi sola, que no tenía renombre universal, ni profusión de alhajas. Era la misma María de Nazaret, humildita y casera, quietecita en su casa sin más corte ni más ceremonal que unas cuantas visitas de confianza, y que al ser de confianza, le contaban sus cuitas y en ella confiaban.
Y yo me dije entonces: esta es mi cofradía, esta es la que me cuadra y esta es la que me atrae. Y pedí ser hermano. Y ayer por la mañana acababa una Misa a la que asistían sólo la vecindad. Fui recibido Hermano. Todo sencillamente en casi soledad. Y esa soledad y sencillez fue donde yo encontré solemnidad mayor y más cumplida.
0 comentarios:
Publicar un comentario