Querida familia:
Esto que me atrevo a transcribir, como hizo José Luis con una carta de abuelo a Tío Cesáreo, es una descripción total y completa de un Sr. cuyo nombre es: Ángel L. Pérez Guerra, en dos boletines de la Hermandad de la Carretería, que iré publicando en más de una vez, porque es algo larga, para que podáis comprobar el grado de cariño y respeto que sentían por él, y la gran persona que fue, espero que os guste y emocione como a mí
Esto que me atrevo a transcribir, como hizo José Luis con una carta de abuelo a Tío Cesáreo, es una descripción total y completa de un Sr. cuyo nombre es: Ángel L. Pérez Guerra, en dos boletines de la Hermandad de la Carretería, que iré publicando en más de una vez, porque es algo larga, para que podáis comprobar el grado de cariño y respeto que sentían por él, y la gran persona que fue, espero que os guste y emocione como a mí
Boletín informativo de la Hermandad de la Carretería.
Año VII, Abril-Mayo 1978
SEMBLANZAS SOBRE D. JOSE MONTOTO
I. APUNTES FAMILIARES
Comenzamos con una serie de contactos con testigos directos de un personaje hondamente significativo en la historia de la Hermandad; de sus peculiaridades, y las líneas maestras de su arte, su estilo y su vida. Don José Montoto y González de la Hoyuela, Hermano Mayor durante bastantes años de la Carretería, y hoy, ya para siempre, a título honorífico, hermano Mayor Perpetuo.
Para ir descubriendo facetas de este simpar y humanísimo periodista y cofrade no hace mucho desaparecido, hemos mantenido una conversación con sus hijas María del Pilar y María Dolores, que amablemente nos sirvieron un sustancioso caudal de vivencias e informaciones sobre su padre. Dos hijas que viven juntas, en los mismos rincones que anduviera diariamente su progenitor, hace sólo unos meses; saboreando las mismas huellas del recuerdo que su presencia forjara con los años. Un cuadro lo representa de inmediato, nada más entrar en el hogar. El caballero de las letras diarias, con un diáfano aspecto, con una expresión radiante de energía vital, que, en palabras de sus hijas, siempre conservó hasta su muerte.
EL GESTO CELESTIAL DE UNAS MANOS
Y comienza –cuestión obligada- la revelación del “por qué” entró don José en la Carretería. Van ellas tejiendo un lienzo de primorosa narración, como ningún orador pudiera exponerlo. El solía ir muy a menudo a los toros. Un buen día, se acercó a esa capillita recoleta de la Hermandad. De tanto recorrer el itinerario que unía su domicilio de entonces (en la calle Albareda), con la Maestranza. Había recibido la llamada encantadora de ese remanso del camino, que era la esquinita entre Varflora y Pavía. Entonces decidió (si es que esos momentos pueden acunar una decisión más que un impulso) visitar a los titulares que allí recibieran culto y oración. Y al traspasar el umbral de la puerta de nuestra capilla, se vio deslumbrado por un prodigio donde se abrazara el azar y la providencia, engendrando todo un milagro de belleza. Allí, recatadamente, Nuestra Señora del Mayor Dolor, trenza un gesto que él reconocía. De repente le vino a la memoria la dueña de aquella expresión que él había identificado como entrañablemente unida a sus recuerdos. Su madre; ella que le dio el ser, acostumbraba a mostrar un ademán semejante, casi el mismo. Entonces –supongo- debió encenderse su alma hasta el punto de consagrar su esfuerzo, en parte, a trabajar porque aquel gesto de las manos de María nunca se perdiera del corazón de los hombres y mujeres carreteros.
Ante una anécdota de tales características, a uno sólo se le ocurre una palabra para calificar ese suceso anónimo pero emotivo: hermoso.
VIAJAR
Una debilidad: viajar. Siempre buscó con denuedo, no ya la aventura de lo desconocido, sino más bien el calor del contacto con nuevas tierras, con gentes distintas, con paisajes pintorescos, más allá de los confines ya recorridos. Viajar era una forma especial de vivir con su vida. Viajó a EE.UU. cuando ostentaba (nunca peor dicho) la dirección del diario fundado por el Cardenal Spinola. Quedó maravillado del “american way of life”, de las estructuras y los sistemas del progreso yanqui. Sus hijas nos cuentan anécdotas de sus viajes. Él las llevaba de pequeñas a gozar del paisaje hispánico, e impregnarse en sus andurriales de la fresca espontaneidad de los pagos lejanos de España. Detestaba los viajes de agencia. Esas turnes rutinarias. Frías, automatizadas. Él prefería adentrarse directa y libremente en el ambiente provinciano y en el laberinto capitalino.
Era el típico bohemio viajero, peregrino de las sendas olvidadas. Solitario y sencillo. Posiblemente –deduzco yo- en su vida andariega por esas regiones de la piel de toro, se tradujera la misma conducta cotidiana de su simpleza, de su estilo campechano y voluntariamente desapercibido. En sus giras callejeras, en sus escalas casi viacrucianas, debió vivir una réplica más tímida aún de esos viajes que le cautivaron.
Un tren carguero, de aquellos de hace treinta años, que le servía como un talgo de hoy para desplazarse a todo confort, entre maderos húmedos y posturas que a un ciudadano cualquiera de nuestros días, por lo general, hubiera acarreado quejas ininterrumpidas de su lumbago. Y es que en verdad al espíritu entusiasta y rico no incomodan peripecias molestas.
NO ERA UN CAPILLITA
En contra de lo que en un principio pudiera parecer, Don José no era un capillita. Su callada asiduidad a la sede de nuestra Hermandad era un índice, tan sólo, de su devoción incondicional aparte de a Cristo, a esa reposada postura de las manos divinas de la Madre de Dios. Sólo fue hermano, además de la Carreteria, de la Hiniesta. Se da la circunstancia de que jamás realizó la estación de penitencia con la túnica puesta; es decir por no destacar, sacrificó lo que para todo cofrade es, digamos la consumación de sus actividades de Hermandad. Comentaba poco sus devenires en el seno de la cofradía, pero si había de referirse a ella, siempre lo hacía con un piropo, una frase de elogio o una sentida plegaria íntima a los grandes amores de su trabajo.
Su verdadera pasión religiosa encontró plena satisfacción, en honor a la verdad, en la Hermandad de Lora. La Carretería fue más bien la destinataria de su laborar por promover y cantar el hechizo del dulce reposo de que está revestida esta comunidad de hermanos.
1 comentarios:
No sé dónde acudir, ufff, se despista una un poco y se encuentra un zafarrancho de cosas bonitas... ¡de la carretería a los cincuentay ocho, de primeras comuniones y pajaritas en la camisa a presentaciones de novela! ¿dónde voy, por Dios? ¡quién fuera binaria pa dividirse!
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