¡Dos “Pajaritas” dos! Situaciones en las que nos podemos ver reflejados fielmente cualquiera de nosotros. ¿Quién no se ha convidado en un momento dado con unos cuantos amigos? ¿Quien no se ha visto en esa situación en un bar cualquiera, en compañía de amigos o familiares, ya no sea tomando unos chatos, si, unas cervezas? ¡Por ejemplo! ¡Y ya puestos, que venga lo que sea! Yo doy fe de ello y os digo que me ha pasado unas cuantas veces, esto de “la convidá” es tan cierto, como cierto és, qué ni es convidá, ni es ná. Simpáticamente hablando ¡Borrachines todos! Con la menor excusa ya estamos dispuestos a ello. ¿Alguien puede decir que no?
La siguiente situación tampoco es incierta, ni se queda manco el señor al que le tocó pagar en el “escote” aquel, al decir y opinar sobre lo injusto del mismo. A la hora de comer bien injusto es pagar a escote aquel que come cómo un pajarito. Yo me conozco a unos cuantos que con “tres pollos, seis chuletas, diez salmonetes y una tarta” no sólo comen, sino que se meriendan, cenan, se desayunan otra vez con la tarta y posiblemente puedan comer de nuevo al día siguiente, asegurando además, que vuelven a merendar de nuevo tarta. ¡No, no exagero! Estos son los auténticos sufridores de los “escotes” y de estos, entre los Montoto hay más que pocos, hay un buen puñado de ellos, un montón grande diría yo.
Queridas/os Montoto: ¡Alejaros de los escotes, que son muy peligrosos! Ya no, por los dineros que os puedan costar, que serán bastantes, porque en los tiempos que corren, el buen yantar, sale por un ojo de la cara y parte del otro, y no quiero decir que nosotros seamos enemigos del buen comer, pero si somos (algunos, no todos) amigos de los pajaritos, que con un poco de alpiste, pero del bueno, y alguna que otra cerveza o copa de buen vino (esto, seguro que en más cantidad, pero tampoco todos) nos damos por satisfechos y contentos.
Bueno no me estiro más en la parrafada de hoy. Espero que os sea, u os sirva de entretenimiento y agradable lectura estas dos “Pajaritas” que vuelven a revolotear por esta, nuestra casa. A mí me parecen muy simpáticas y amenas para pasar un ratito, y para que veáis que abuelo era portador de ese buen humor, tanto como de las otras cualidades que ya todos le conocemos.
LA “CONVIDÁ”
La convidá es una que no es; y no es porque, con pujos y apariencias de dádiva y de obsequio, se queda en egoísta degustación que nadie nos paga, que a nadie pagamos y que termina en que cada cual pague aquello que se bebe.
Porque es que los extremos se tocan, y por ello se tocan el pródigo y el cicatero como primos hermanos. La convidá comienza con jactancia fanfarrona: el que convida hace sonar las palmas para que venga el camarero, y llegado éste dice: “Tráeme un chato de vino y aquí a los señores lo que quieran”. Los señores entonces suelen pedir otro chato cada uno. Se habla, se bebe, se caldea el ambiente, y otro señor se anima y convida a su vez. Entonces se va acalorando aquello; se discute de toros, de labores de campo, se le da un repasito al vecindario y otra vez se hacen palmas y un tercero que pide la tercera convidá. Y luego convida el cuarto, y luego el quinto, y así hasta terminar toda la reunión por pagar una ronda.
Resultado: que si cuatro o seis chatos te has bebido, pagaste cuatro o seis; y que no habéis convidado sino al tabernero, que hizo su agosto con estos convidadores de guardarropía. Por eso yo aconsejo a todo el mundo que vea con quién se junta: que si sólo resiste cuatro chatos busque reuniones en las que haya cuatro; que si puede con más, busque reuniones en las que haya más gente. Pero que si tiene poco dinero o aguanta poco vino, huya de las reuniones numerosas, con las que gastarás lo que no puedes y te habrás de beber lo que no resistes.
¡Bueno está con la convidá! A nadie le agradezcas tal obsequio. Cuando estéis seis amigos y uno toque las palmas, ya lo sabes: te beberás seis chatos y pagarás los seis. Y luego, todavía al salir, no faltará quien diga: “Nos reunimos Fulano y Zutanito y nos estuvimos convidando”. Conque convidando, ¿eh? Lo que sois es unos borrachones que buscáis ese truco del convite para tener pretexto de beber un chato y otro chato, y otro chato. El borracho solitario es mucho más honrado y más sincero que los convidadores. Porque una convidá, lo que se llama una convidá… ¡Vamos que yo no he visto todavía una convidá, convidá de verdad, lo que se dice una convidá como Dios manda!
JOSE MONTOTO
¿A ESCOTE?
Lo de que a escote no hay nada caro, es según nada más. Puede ser caro, si lo escotado es cosa de gran precio. En este caso, aun dividido el gasto honestamente, nos sale por un ojo de la cara. Pero hay otra manera de que el escote no resulte barato ni muchísimo menos: cuando no son homogéneos los sumandos. Vamos a ver: si un día sumas tú tres pollos, seis chuletas, diez salmonetes y una tarta, ¿qué puede resultar sino un gran disparate? Pues eso, pero además dañoso para la integridad de su bolsillo, era lo que a un señor le ocurrió cierto día.
Unos cuantos amigos van un día a comer. Eso es muy agradable: esas reuniones de hombres que bien se quieren, que disfrutan de un envidiable humor y que gustan pasar unas horas felices, son reuniones muy gratas que, además, son propicias a estrechar esos lazos de amistad.
Comer es un placer. Ya un refrán sentenció que a buen hambre no hay pan duro. Cuando el hambre no es buena, cuando se queda sólo en regular, ya no pasa el pan duro; ya lo quiere que sea tiernecito. Y cuando el hambre es mala, entonces no transige sino con los manjares delicados que son los de más precio.
Comer, como decía, es un placer. Tan es de esa manera que ya ves lo que pasa: en cuanto estás alegre lo quieres festejar llenando el buche. ¿Qué es día de cumpleaños? Pues convite. ¿Qué es día del santo? Pues guateque. ¿Te pidieron la novia? Pues un lunch. ¿Te casas tú, o se casa Fulanito? Pues el consabido refresco, que mejor que refresco es una cuchipanda. ¿Ganó la oposición el hijo o el amigo? ¡Pues hay que celebrarlo! ¿Cómo? ¿Cómo quieres que sea sino comiendo?
Pero he perdido el hilo de lo que iba contando. Decía que unos amigos se fueron a comer. Cuando esto ocurre, ya se sabe qué pasa: unos son muy tragones, y otros muy circunspectos y mirados y de poco comer. Y llega el camarero, trae la lista, y pide cada cual lo que más le apetece. Hay quien pide tres platos de los caros y postre de cocina, y hay quien, como un señor que yo conozco, apenas pide nada. El hombre desganado, ¿Qué ha de pedir sino una cosa leve? A mí, tráigame usted, le dice al camarero, una tortilla a la francesa y un pero de postre. ¿Nada más?, le pregunta el camarero. Nada más, dice él.
Conque comen en amigable charla, bromean, se pasa el rato, y ¡A ver!: la cuenta. Comienza el camarero a formularla y es un lío tanta cuenta diferente. Entonces dice uno: Díganos el total. Y una vez conocido, resuelve: “Tantas pesetas entre tantos, total, cabemos a cuanto. Así, a escote, es mejor y menos complicado”.
Resultado final, que aquel pobre señor de la tortilla pagó por ella como si hubiera comido lenguas de ruiseñor.
Al llegar a este punto del relato, se lamentaba el hombre y me decía: ¿No piensa usted que eso ha sido un abuso? ¿Usted lo encuentra justo?
Pues no sé qué decirle, respondí. Le han aplicado la teoría en que se inspiran todas las estadísticas: “Yo me he comido un pollo, tú ninguno… según las estadísticas eso significa que tocamos a medio pollo cada uno”.
¿Pero cómo “tocamos”, si yo ni lo toqué ni lo probé?
Y es lo que él añadía con razón sobradísima: Que no me hablen a mí jamás de escotes. En cuestión de comidas, desde ahora las prefiero, ¡Con abrigo y bufanda!
JOSE MONTOTO
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