¡Quizás sea fruto de la casualidad! Digo, quizás. Tan solo quizás, porque algo tiene que tener de casualidad. El que hace unos pocos días me dirija a la librería donde tengo los cerca de veinte tomos de "Pajaritas" escritas de puño y letra por D. José Montoto y González de la Hoyuela, y de entre todos ellos elija uno al azar, y de entre las cientos de ellas que contiene cada tomo, sea la casualidad la que me haga abrirlo por la página en la que está escrita ésta, que el azar me lleve de forma casual hasta la que hoy quiero publicar. Que la casualidad me conduzca a leer lo que en un breve recordatorio hacia su persona dejó dicho de "Ella" D. José, en "Pajarita" dedicada a una nieta -"octava de la serie"- de nuestra queridísima ¿Falsa abuela? Que tristemente, hace poco más de un año nos dejó a todos con el corazón roto, cuando esta "Ley de Vida" llevó a cabo su veredicto final. Injusta "Ley" se nos antojaba, y aún se nos antoja a todos porque nos arrebataba a un ser querido, un maravilloso ser lleno de verdad y de bondad, aunque he de decir y se hace valer aquí nuestra firme creencia en Dios, que, debido a una vida de entrega incondicional hacia los demás, demostrando con creces la valía de su corazón, sólo se apagaría su luz en lo terrenal, para abrirle de par en par, las puertas en lo Celestial. Dejé por momentos este pequeño recordatorio porque me embargó la tristeza. Hoy lo vuelvo a retomar, aunque hoy no tiene, ni es la casualidad, ni el azar del día en que lo empezé, pero había que terminar de escribirlo. Por Ella, por su memoria. Por tí, querida "Madrecita".
MARIA JOSÉ
Se ha ido Maria José. Maria José, a quien tú no conoces, es una chiquitina de dos años, de alegrísima cara, de gesto picarillo, pelo rubio tostado, sonrisa clara, y ojos muy parlanchines y expresivos. Ojos he dicho, y me he extendido un poco; parlanchín y expresivo sólo es uno; el otro, nada dice ni habla nada. Porque Maria José llegó a la vida con una catarata.
Maria José llevaba ahora tres meses alegrando mi casa; porque te hago saber que es nieta mía, con el número octavo de la serie. Maria José, como todos mis nietos, tiene una abuela joven, que a falta de la abuela verdadera, hay quien, con pocos años, aprendió a hacer de madre y aprendió a hacer de abuela con primor. Y allá va la chiquilla con sus padres y con la falsa abuela (falsa en el parentesco; en amor y en extremos, verdadera), allá va a Barcelona a la consulta de un notable doctor.
Sorda quedó la casa, como suele decirse; falta la animación que ponían en ella la risa y la inquietud de la chiquilla, y reina, en cambio, la preocupación. ¿Volverá remediada de su mal? Lo espero así, lector. Lo espero, porque de despedida ha ido María José a la Catedral para ver a la Virgen, y, aun cuando ella no reza, han rezado por ella ante la Virgen, y ante la sepultura de aquel inolvidable Cardenal al que, por ser el fundador de este diario lo invoco y considero mi padre y protector.
Todo esto te lo cuento a ti, lector -y a ti tambén, lectora, de manera especial- para que encomendéis a Dios el caso de esta niña. Yo, para mi, quizas no pediría. Pero es María José la que precisa; es ella la aquejada por el mal. Y tú, que te has unido a mi con amistad, ¿qué mejor prueba de ella puedes darme que ésta que hoy te demando?
Haga el cielo, lector, que al regresar la niña yo puede describírtela con toda propiedad; y al contar que sus ojos son vivos y graciosos, expresivos, rientes y habladores, no tenga que añadir, como hoy lo hago con pena, que es sólo uno de ellos el que habla, mientras el otro calla y nada dice, porque aún no ha conocido la alegría de la luz.
José Montoto
1 comentarios:
Qué suerte tuvo la octava de la serie de tener pajarita propia. Yo, que soy la número treinta ya entraba en las comunitarias, jeje...
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