Por Rocio Montoto Castrillón
A Tía Conchita.
Hace treinta y dos años mi padre decidió que nos veníamos a vivir a Sevilla, decisión que mis hermanos acogieron con gran disgusto, yo como sólo tenía once añitos no tenía ni siquiera capacidad de saber si aquello me gustaba o no, lo único que recuerdo es que me dió mucha pena despedirme de la que hubiese sido mi amiga inseparable para el resto de mi vida, pero está claro que no seriamos tan amigas cuando tan corta distancia nos separó para siempre, y eso que volviamos a Cadiz cada año, de Junio a Septiembre, o lo que es lo mismo, desde que terminaba el curso escolar hasta el comienzo del siguiente. Y eso precisamente, el curso escolar, es lo que hace que Tía Conchita sea para mi una tía diferente.
Tía Conchita es mi Tía pero también fué mi maestra y directora, circunstancias que me hicieron gozar de un muy privilegiado status en el colegio de las Esclavas, no porque ella me tratase de un modo distinto a las demás sino porque eran las demás las que me trataban de distinto modo. Yo era la sobrina de Concha Montoto, casi ná.
Parece una tonteria, pero a ella le debo las que sí han sido mis amigas durante Treinta y dos años, porque el primer día de colegio, en aquel patio y entre aquellas niñas que nunca había visto, tía Conchita se encargó de dejarme en buenas manos y me presentó a lo "mejorcito" de las que habían de ser mis compañeras. Mi paso por las Esclavas fué fantástico gracias a mi tía que tuvo mucho que ver en que yo fuese un poco la enchufada de las monjas. aunque en defensa propia he de aclarar que era buena estudiante y me portaba bien, exceptuando las típicas tonterias de que te cojan fumando dentro de un armario o te pillen escapándote del cole, pero a mí siempre me decían lo mismo "Montoto, no me esperaba esto de tí". Bonita frase que defina la quintaesencia de la desilusión. Desde aqui pido disculpas a las monjas a las que puse en el aprieto de tener que echarme la bronca.
También le debo a mi tía el sobrenombre por el que aún me llaman mis amigas y excompañeras. Yo era, soy, y seré " la Monti". Al principio era Montotillo, porque estaba la Montoto grande y la chica, pero a no sé quien se le ocurrió que aquello era muy largo y lo dejó en Monti, y así me conocían todas las niñas.
A mi tía debo un fantástico recuerdo del colegio, mis mejores amigas y mi mote, y por supuesto el llevar siempre con orgullo el hecho de ser sobrina de Concha Montoto, a la que como tía que és, quiero, y como maestra que fué, respeto. Tanto respeto le tenía (las demás le tenían miedo) que un día me riñó en clase porque le hablaba de usted.
¿ Y cómo querías que te hablase? ¿ Hay otra manera de dirigirse a tan ilustre mujer?, Pues sí tía Conchita, de "usted", porque aunque creas que no me acuerdo de tí, podrás comprobar por mi torpe escritura que me acuerdo y te doy las gracias porque a tí debo parte de lo que soy y tengo en esta ciudad.
Por último, que no creas que se me olvidaba el cariño y devoción, a Esa que su nombre llevas y que con su mirada, guiando vá mi vida hacia Dios y dejó mi alma grabada....
Gracias Madre Sta Isabel.
lunes, 5 de octubre de 2009
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2 comentarios:
...vas dejando mi alma grabada, con tu fe, tu pureza y amor...
Recuerda, Rocío, que yo también pasaré a la posteridad, como "la sobrina de la Montoto"
Es precioso lo que has escrito, las que tenemos la suerte de haberla conocido en las dos facetas -en la mesa camilla y en el colegio- aún la apreciamos más.
Ah! me he acordado de otra cosa:
Como mi padre murió después de Reyes decidimos que no queríamos "celebrar" más las Navidades, y nos íbamos todos juntos fuera en esos días. Los primeros años alquilamos una casa en una aldea gallega y pasábamos esas fechas haciendo excursiones como si fuesen unas vacaciones más. En el pueblo había una tienda muy curiosa, muy antigua, que lo mismo te vendían zapatos que un queso de tetilla, y el tendero era tan simpático que charlábamos mucho con él. Nos dijo que una señora que compraba allí era de Sevilla, y unos días más tarde coincidimos con ella. La "señora" tenía mi edad (¡ay, señor, señor!), y para más inri estaba en mi curso en las Esclavas, aunque no en mi clase. Con el tiempo que había pasado no nos recordábamos, aunque sí teníamos amigas comunes. Hasta que le dije: "yo soy la sobrina de la Montoto". ¡Claro, ahora sí que me acuerdo! -me contestó-. Acabamos cenando juntas en el bar del pueblo.
Como han pasado ya algunos años he olvidado su nombre, y ella seguro que también el mío, pero seguro que se acuerda que un día, en su pueblo, estuvo cenando con "la sobrina de la Montoto".
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