Hace poco tiempo escribía yo quejándome sobre la peatonalización de mi calle, le tenía tal afecto a todos los que por ella pasaban: los niños, la gente, el ciego de los cupones…, que tuve un disgusto al ver que todo lo destrozaron en una mañana.
Luego me convencieron que era lo mejor, que todo quedaría muy bien, que podríamos pasear más cómodamente, así que acepté la cosa sin figurarme lo que me esperaba.
Desde entonces vivo con un ruido atronador, desde mi balcón veo una grúa, que con cuatro cadenas carga unos tubos enormes. Los tubos van balanceándose hasta que la grúa los deposita en un tremendo socavón y los van metiendo a empujones por un agujero. A cada tubo le ponen un número. Ahora van por el 65, pero les quedan muchos más que meter.
La calle está rodeada de alambradas, como si fuera un gallinero, y llena de obreros vestidos de amarillo, con un trasiego de tuberías y cosas raras: maderas, tornillos vigas… cuando la grúa baja los tubos se van balanceando, y al llegar a mi balcón pienso: ¿a que se me mete en la mesa camilla? No me extrañaría que un día aparezca uno por debajo de mi sillón.
Bueno, al contaros esto es porque ando preocupada, ya que con todo este alboroto se me están olvidando aquellos días tan apacibles que yo vivía. ¿Dónde estarán mis amigos? ¿dónde se habrá refugiado el viejecito de los dos bastones? ¿y la de los cupones, dónde estará?
Como soy bastante nostálgica, estoy temiendo que cuando se vaya la grúa y todos esos hombres vestidos de amarillo, yo vaya a sentir su ausencia... ¡Por Dios, no quiero ni pensarlo! Ya sé que en la vida se olvida todo pero… ¿seré yo capaz de cambiar cosas tan hermosas ya pasadas por unas tuberías, hombres vestidos de amarillo con cascos en la cabeza? ¡Ay!, ¡prefiero los recuerdos de antes de la peatonalización!!
Lo pasado es difícil de olvidar, pero si es que la vida es así, aceptémosla, vivamos lo nuevo con calma, aunque es que esto de los tubos durara dos años... ¡y ya van por el 66!
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