El tiempo que llevaba queriendo ir a visitar y hablar de nuevo con mi Madre Celestial lo mediré en días y meses, quizás un año, quizás algo más, no lo sé, no lo puedo decir porque se venía planeando desde muy atrás. Cabría pensar que se empezó a fraguar el día 7 de Septiembre de 1962 y que se cumpliera mucho antes, puede que un par de años después (es mi parecer, por la foto que adjunto) ¿quizás el día 8 de Septiembre de 1964? O, a lo mejor es, un… ¿Cumpleaños de abuelo? ¡Mi madre lo podrá decir! Aunque en ese encuentro solo nos vimos, no hablamos siquiera, solamente fuimos presentados.
Ahora, unos cuantos años más tarde, después de algunas visitas a su “Casa” en Lora y en Setefilla, después de haber caminado junto a Ella, desde el Pueblo a su Ermita, desde la Ermita a su Pueblo. Quizás después de estar toda una noche con Tío Cesáreo, Velándola en su Iglesia de Lora antes de emprender el camino a su Ermita al día siguiente, de otras tantas visitas y de largas charlas con Ella, a diario. Ahora, pasados esos “cuantos años”, había algo más en mi interior que quería forzar el ir en su busca para hablar frente a frente. Se mostraba cada vez más cercana dicha reunión, habían pasado bastantes años desde ese día 7 de Septiembre de 1962 y serían 50 los transcurridos hasta este día 8 de Septiembre de 2012, ya estaba, como digo “todo planeado”.
Estas son algunas de esas razones por las que deseaba tanto ese encuentro, pero una más poderosa y muchísimo más triste me empujaba fuerte, muy fuerte, para llevarlo a cabo. Ultimo día de Abril, primer día de Mayo, penoso suceso para marcar en nuestro calendario familiar en la que otra Madre nos dejaba para ir a su encuentro también, aunque un encuentro mucho más Grandioso, Sublime, Glorioso, pero nuestra “Madrecita” se quedaría a su lado, ya no volvería para estar entre nosotros físicamente, cosa que no ocurrirá espiritualmente, porque siempre estará en nuestros corazones. Los días se hicieron más largos aún, si cabe la capacidad para alargar los días, que solo disponen de 24 horas. Esta es la ¿justa? medida impuesta por el hombre para marcar el paso del tiempo, ¿las horas? ¡En momentos así se hacen muy duras el paso de las mismas! Esos meses se tornaron mucho más dilatados en su tiempo, deseaba que pasaran lo antes posible, quizás por eso, este instante del que hablaré se me mostró eterno. Fueron unos segundos, pero pasaron tantas cosas por mi cabeza en ese corto espacio de tiempo que es imposible su medida, su emotividad e intensidad. Solo La Virgen, y yo, lo sabemos.
Llegado el día 7 de septiembre de 2012 se cumplió el cincuentenario del ingreso en La Hermandad Nuestra Señora María Santísima de Setefilla de este que escribe. 50 años habían pasado desde que Abuelo nos presentó como Madre e hijo, al igual que lo fue haciendo con todos sus nietos. Los nervios de ese día no solo se mostraban por el cumpleaños en sí, al día siguiente iría a su Casa a encontrarme con Ella, con nuestra Madre, con “La Virgen”, esta era en realidad la verdadera causa de los nervios y la emoción, la razón por la cual en la víspera de dicho acontecimiento no se descansara como se debiera descansar, el sueño fue ligero.
Llegados a este punto del relato quiero contar con la inestimable ayuda de D. José, yo podría contaros lo que es el transcurso de la Procesión, como desde “La Levantá” hasta su nueva entrada en La Ermita, El Pueblo de Lora, sus Hijos, llevan a su Madre en volandas en torno a la misma, con el fervor, la pasión y la emoción que Lora del Río pone en el día más grande para ellos, El Día De La Virgen. No lo haré, y busco donde lo busco todo, donde lo encuentro todo, abro la jaula y dejo salir una de esas “Pajaritas” para que vuelva a volar de nuevo, un trayecto corto, pero intenso.
Dos fechas cumbre tiene Andalucía, y las dos en estío, cuando el sol brilla más y es su luz cegadora, y los días se ofrecen más alegres como en desbordamiento de un júbilo del todo celestial.
Una fecha es el día de la Asunción, cuando se conmemora la subida a los cielos de la excelsa Señora, que en cuerpo y alma tomaba posesión del trono que su Hijo y su Padre y su Esposo –la Trinidad augusta- le tenían destinado. La otra fecha es la de hoy. Así como en la Asunción conmemoramos su llegada a los cielos, en la Natividad conmemoramos el día felicísimo de su arribo a la tierra, a la que había de regalar después a su Divino Hijo en el plan admirable de nuestra redención.
Y Andalucía celebra estas dos fiestas con doble brillantez: la del boato de solemnes cultos, y la de esa manera clamorosa, entusiasta tan propia de esta tierra en la que es tan sencillo hacer que se desborde el corazón.
Por la Virgen de agosto y ahora en la de septiembre, ¿Qué pueblo hay que no vibre de fervor? Se llaman nuestras Vírgenes con los nombres más bellos; se celebran los cultos con máximo esplendor y no hay ciudad ni pueblo en donde Ella no reine.
Hoy es en Lora el día de Setefilla. Hoy van al santuario millares de devotos. Hoy sale la más bella procesión por lo alto de la sierra, ni hay filas, ni hay organización posible. Hay un santo barullo, y eso es todo. La gente se aglomera en derredor del “paso” de la Virgen, un triunfo cuesta alzarla, otro no chico atravesar el templo, un problema sacarla al exterior, y entre llantos y vítores y piropos y rezos, los unos tropezando y los otros cayendo, entre un gentío del todo impresionante, bajo el ardor del sol y el ardor que en las almas pone el fuego bendito del amor, va la augusta Señora hecha un sol de riqueza el oro y pedrería que la adorna, y hecha un sol de hermosura la belleza inefable de su hechicera faz.
Hoy sale en procesión en muchos sitios. Con nombres muy diversos, pero Ella es sólo una: es la Virgen María. Por eso a mí me agrada que en mi pueblo la nombren sin nombrarla. Aquí dicen “La Virgen” nada más. El título más lindo y el que dice mejor su condición: Virgen pura y sin mancha. Madre y Virgen a la par. Es Ella la pureza, la inocencia, el candor virginal.
¡Bien sabe Andalucía escoger patronato! Ya ves si bien lo supo, que se hizo proverbial decir de Ella que era “la tierra de María Santísima”. De la misma manera que mi pueblo es por su devoción y por su condición y por sus amores íntimos y férvidos, “el pueblo de la Virgen”.
Que Ella te guarde a ti, lector amigo, y de mi no se olvide.
JOSÉ MONTOTO
Había otras “Pajaritas” donde se puede intuir un poco mejor lo que es el “santo barullo” al que nos referimos los dos, pero ésta me ha parecido más cariñosa, más de “su pueblo”, además de ser más acorde y más parecida a lo que ya tenía escrito, por algunas de las palabras y expresiones usadas por mi (debe ser por tanto leerlas).
Bueno, vamos a centrarnos en el día en cuestión. Todos sabéis, tanto por lo leído como por haberlo vivido en directo, que el “santo barullo” se torna en un gran tumulto “ordenado” todo tiene su momento, y el desorden y la algarada aún siendo grandes, están controladas por todos los loreños y loreñas.
Llegamos temprano este día al santuario –hay que llegar temprano- hemos quedado con José Luis, hay que buscar sitio y prepararlo todo para recibir a amigos y familiares durante el transcurso de la jornada. Una vez terminada la faena y después de tomar un buen café vamos a ver a la Virgen.
El templo está siempre lleno, es un continuo e incesante vaivén de personas que se paran a sus pies, que le rezan, le piden por sus familias, por ellos mismos, todos le pedimos que cuide de nuestros seres queridos, yo lo hago con frecuencia, le pido por todos vosotros constantemente. Para mí le pido poco, aunque se me antoja, creo, que es la más grande tarea que le puedo solicitar, pero que una Madre pone el máximo empeño en cumplir. ¡Ángel de la Guarda, Dulce Compañía, no me Desampares ni de Noche ni de Día! Esto es un día sí y otro también. Ella es mi Ángel de la Guarda, así se lo pido. Ella lo ha asumido, yo estoy totalmente convencido, de verdad, no os podéis imaginar hasta qué grado de efectividad, siempre vigilante, puedo prometer y prometo, que cumple a rajatabla con la encomienda solicitada.
Desde esa lejanía tan cercana que marca la longitud del Templo nos paramos a contemplar su Imagen, no importa la distancia, Ella sabe que estamos allí, nos ve. En silencio, el silencio de la “Bulla” que es el que prima en el interior, oraciones, conversaciones… Así tuvimos el primer encuentro.
Todo está dispuesto, el pueblo de Lora, sus hijas e hijos se disponen a portar sus andas sobre sus hombros. La espero fuera de la ermita, a una distancia que me permita verlo todo, pero sin meterme en ese “Santo Barullo”, los pañuelos blancos se funden en uno, los brazos se rompen por coger a su madre, el sudor y el sufrimiento se unen al gozo de llevarla sobre sus corazones, los vítores, los vivas a la Virgen son incesantes, los cantos y los rezos. Sale de su templo, los vaivenes son impresionantes, va como sin rumbo fijo, pero el rumbo está más que fijado. Hasta la cruz del humilladero va la Virgen, la muchedumbre la seguimos con ese mismo fervor con que es llevada en continuos empujones. Una vez llegada a la cruz saldrán los hombres de debajo de las andas para ser relevados por las mujeres, esas bravas mujeres de Lora, que son tan iguales a los hombres en ese cometido, bravura demostrada, dispuestas a derramar sangre, sudor y lágrimas por su madre, siendo esto diferenciado sólo por los pañuelos blancos que cubren las cabezas de los hombres, las caras de sufrimiento son patentes en todos sus hijas e hijos, mas el gozo es tan grande que se vuelve liviano. La sigo a esa distancia que me permita no perderme nada. Los hombres no salen y la Virgen vuelve sobre sus pasos en dirección hacia la explanada principal, allí será el relevo. Sobre un pequeño repecho que ofrece el terreno me situó para verla venir, es una pequeña altura que me permite verla un poco por encima de las personas que me rodean, va y viene, avanza, se para, va a derecha e izquierda, no hay rumbo fijo. Llega a mi altura, no se para, es uno de esos momentos en que avanza con paso firme hacia el frente buscando dicha explanada. La distancia entre Ella y yo es corta, pasa delante de mí, no se para, me salen tres palabras del corazón, en silencio, en mi interior suenan claras… ¡Madre, estoy aquí! Ha rebasado la altura y la distancia a la que me encuentro unos… tres, cinco, quizás siete pasos. Se para, vuelve a desandar lo caminado parándose de nuevo justo frente a mí, el “santo barullo” ni tan siquiera me roza y la Virgen se vuelve, la distancia es corta, muy corta, unos escasos dos metros, se ha parado ahí, justo ahí, frente a mí, nos miramos a los ojos, un hormigueo recorre mi cuerpo de pies a cabeza, ese escalofrío que hace que se ericen todos los vellos de tu cuerpo, que te paraliza el corazón un solo instante, ese instante en que te vienen al pensamiento tantísimas cosas, tantísimas personas y momentos de toda una vida, ese instante en que el reflejo de tu vista se vuelve transparente y húmedo, resbalan por tus mejillas gotas de fina lluvia interior, la miras, te mira, unos segundos, un solo instante, la conversación ha sido tan corta como intensa, pero se ha vuelto eterno ese instante, instante que se quedará grabado en mi memoria para siempre.
Sé perfectamente lo que pensaréis. Podéis decir sencillamente que todo esto sólo es fruto de la casualidad, no lo pongo en duda, pero en mi interior yo no quiero creer que esto sea así, yo lo quiero ver de otra forma, mi corazón lo quiere ver de manera que Ella atendió a mi llamada y me lo hizo ver de esta forma, quizás porque ya a estas alturas de la vida debería dejar que mi corazón pase a un segundo plano, que sea el que me mueva en esos continuos impulsos que me caracterizan, pero que mi cabeza vaya por delante y me aconseje, me apacigüe, en definitiva, que piense bien las cosas antes de hacerlas. Quizás ha llegado ese momento que aún no queriendo ser “La Hora Incierta del Ya” si sea la hora de parar, de empezar a ser hombre y dejar que salga de una vez ese niño inconsciente, osado, majaron y atolondrado que tanto tiempo lleva instalado en mi interior. Debo liberarla de ese difícil cometido, dejar que Ella cuide de los demás, y empezar yo a cuidar de mi mismo, aunque sé también que no me dejará de la mano (me lo ha vuelto a demostrar hace escasos días). Con todo esto lo que quiero decir es: ¡En esta vida, en la vida, todo te puede cambiar en un instante, en un solo instante! ¡Quizás 50 años después de ser entregado por abuelo a su Madre, a este que es su hijo, puede que le haya llegado ese instante! Gracias por todo, Madre Celestial.
Que Ella os guarde a todos vosotros, queridos lectores, y de mí que no se olvide.
5 comentarios:
gracias, Jesús, por vivir contigo ese emotivo momento. Como siempre, es un placer leerte. Te aclaro una cosa de la foto. Debió ser un cumpleaños del abuelo, porque hay muchas fotos de ese día y salimos todos (visita el album que hay a la derecha) y además yo tengo una exactamente igual (aunque salgo INFINITAMEEENTEEE más joven). Besos y felicidades atrasadas.
aclarado. He visitado el album y fue su 75 cumpleaños.
¡Como se te ocurre darme las gracias, Cristina! Soy yo quien te las da a tí. ¡Vamos, faltaría más! Sin ti, esto no sería nada. Se nota muchísimo que eres infinitamente más joven que yo, si que es verdad...Eramos infinitamente más jovenes, todos, pero a ti es a la que mejor le ha sentado el paso del tiempo!!
Esto lo publiqué en otro sitio, lo hice hace algún tiempo al pie de la misma fotografía, creo que aquí estará mejor: Mis dos Madres. La una, la que me dió el regalo mas grande que nunca jamás nadie me podrá dar, el dón más hermoso que nadie te puede ofrecer. La otra, la que está siempre pendiente, luchando a brazo partido para que no lo vaya a perdér. Sonrisas, caricias, abrazos, besos y tiernas miradas de Isabel. La mano simpre tendida, vigilante, Angel de la Guarda incansable, trabajando a destajo, María Santísima de Setefilla. Amor en las dos, agradecimiento en mi ser. Siempre están ahí, vienen conmigo a todas partes, no podía ser de otro modo, ¿no? cómo una madre....
¡Dios mío, que silencio! ¡Ha debido pasar un Ángel!
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