A todas sus Hermanas de Congregación:
Hermanas Esclavas del
Divino Corazón de Jesús, permitirme como poseedor y portador de este tesoro
escrito en forma de “Pajaritas” que van de acá para allá donde sean requeridas
o se haga necesario llevar por mí para realizar estas tareas o menesteres en
las que tan fulleramente me llego a embarcar , y que, al leer y publicar de
nuevo aunque sea en esta ocasión de forma un poco más intima, quiera dedicar a
todas y cada una de vosotras la siguiente “Pajarita” que no ha sido elegida
para nada al azar, siendo ésta buscada con ansia y cariño por este que escribe
y la subscribe tal cual la publicó su hacedor en tan entrañable día, por la
forma de ver y narrar con tanta autenticidad y naturalidad lo que pudo
contemplar con sus propios ojos en visita a aquel convento que consideraba
tenía “aires de casa propia” al estar en el mismo la hija bien amada y
“hermanas” unidas por familia religiosa. “Pajarita” en la cual podría verse
reflejada cualesquiera de vosotras, hermanas de quien se puede, se debe decir…
¡Más que nuestra, vuestra querida Hermana Concha Montoto! Dios Nuestro Señor la
tenga en su Gloria.
Esperando sea de vuestro agrado, sin otra intención más que
la que podáis tener un pequeño rato de agradable lectura, y, si puede ser, que
os traiga a la memoria tan gratos y preciosos recuerdos de aquellos días en los
que os entregabais en corazón y alma a Dios.
RECREO DE NOVICIAS
Las religiosas de media clausura ofrecen al visitante una
grata impresión que no es posible hallar en las que guardan clausura rigurosa.
En éstas hay que suponerlo todo a través de las dobles rejas del locutorio. En
aquellas, en cambio, puede uno disfrutar del espectáculo del convento y de la
vida conventual, en aquellas partes y lugares y tiempos en los que la clausura
no se alza como valla.
Yo he ido a ver a mi novicia. Aquel convento tiene para mí
aire de casa propia: porque allí está mi hija bien amada y porque es recibido
el familiar de monja como si fuera familiar de todas. Y llegué en ocasión bien
oportuna; era día de fiesta para ellas que celebraban determinada
conmemoración. A poco de estar en el convento, una campana ha sonado anunciando
una linda procesión interior. Por los patios he visto desfilar, formadas en dos
filas, a las procesionarias. Iban delante unas niñas chiquitas, a ellas seguían
otras niñas mayores, y a éstas, postulantas, novicias, Hermanas y Madres
graves. Entre cuatro educandas portan una efigie de la niña María; y todas,
desde la niña de tres o cuatro años a la Madre ancianita, van cantando, en
salmodia piadosa, las Avemarías del rosario.
Mi hija, mi novicia, se ha incorporado al devoto cortejo;
volvió instantes después. Las Madres, con un hondo sentido de que la entrega de
la novicia a Dios no rompe los vínculos, que son también sagrados, de la sangre
y la carne, me la han devuelto para que continúe a mi lado aquellas horas. Y el
gozo de mi hija por estar a mi lado y al de sus hermanas, y el gozo de sus
hermanas y el mío por estar junto a ella, han sido una oración –una oración de
gozo agradecido- que ha subido hasta arriba con deleite engarzado en gratitud.
Luego, en el patio –grande como plaza de villa castellana-
ha habido por la tarde una hora de recreo. Recreo bullicioso, alegre, de juego
de chiquillas que, porque tienen la conciencia limpia, se gozan en cualquiera
nadería. Las novicias en corro han jugado a la rueda cantando unos cantares
ingenuos e inocentes. Otras, en tanto, con una gran pelota que iba impulsada
por manos virginales, corrían y gritaban con alborozo lleno de candor.
Yo he pensado, mirándolas, en que no son precisos ni grandes
espectáculos, ni grandes atractivos para gozar y divertirse en grande. La
diversión y el gozo lo lleva cada cual dentro de sí. En la alegría de una
conciencia pura, en el gozo de haber cumplido los deberes, en la posesión de
esa inmensa riqueza que supone la renuncia de todo cuanto en el mundo había,
está el venero de donde brota, esa sana, esa santa alegría de las novicias que
jugaban ayer. Como el venero de un descontento perenne está en las ambiciones,
en las pasioncillas, en el ansia de todo, en el cansancio de lo que se posee y
en el anhelo, insatisfecho siempre, de poseer lo que no nos es dado alcanzar y
tener.
Y cuando por la tarde
salía del convento y venía camino de Sevilla, yo pensaba en los rostros alegres
que había visto, en las caras teñidas de carmín natural, sin “rouges” y sin
químicas; en las miradas serenas y tranquilas, en el franco ademán, en las
risas ingenuas… Y pensando en éstas cosas me preguntaba yo: ¿Son éstas las que
han renunciado a todo o son las que todo lo tienen? El voto de pobreza las hace
ricas; el de obediencia, libres; el de castidad, ricas en amores.
No, no son éstas las que han renunciado a todo. Son las que
todo lo gozan y poseen. Porque se han desposado con el Bien, con la Verdad, con
el Amor. Por eso están contentas y por eso su gozo es de tan alta y tan noble
calidad.
JOSE MONTOTO
1 comentarios:
Cuán iluso se puede llegar a ser cómo para creer que la vayan a leer, y más aún que puedan llegar a contestar. Pero, la ilusión y la esperanza....
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