Quien no caería en la tentación: la de robar. ¿Quién daría,
quien podría dar significado tal a “carta de hija monja”, de amigo, mejor que tú? Que de tan grave tentación, se haga tanta emoción.
Tu amigo estaría orgulloso al poder contemplar cómo tan
bellas palabras alzan el vuelo en forma de “Pajarita” de tanta y tan profunda
Filosofía particular.
Yo me atrevería a decir que ese “amigo” al que tu robaste
tan delicada y expresiva e intima confesión al padre, esa preciosa y precisa
manera de contar su vida conventual, que no solo no se enfadaría contigo, creo
sinceramente que al leerla se atrevería a decir: ¡Estimado Don José: pues no
que esta muchacha se le parece tremendamente hasta incluso en la forma de
escribir! ¡Si no fuera porque es hija mía, hasta diría: “demonio de muchacha”
pues no que me ha hecho llorar, al igual que hizo llorar a usted su queridísima
hija la más pequeña al contarle de sus amores! ¡Pues no parece que se hayan
puesto de acuerdo éstas nuestras hijas en todo lo concerniente a sus vidas, a
sus inquietudes, a sus pasiones, a sus amores, a su entrega a Dios!
Lógico es que haya caído usted en la tentación Don José.
Querido amigo mío créame si le digo que si hubiese sido al contrario yo hubiera
o hubiese caído en la misma tentación y obrado en la misma forma que usted, sin
dudarlo, esa “carta” es de lectura obligada y orgullosa pasión para cualquier
padre, para cualquier amigo, para cualquier conocido o simplemente para
cualquier sobrina o sobrino que tuviera la inmensa suerte de que cayera en sus manos
y leerla, creo que hasta cualquiera de ellos tendría y caería en la misma
tentación, y, creo sinceramente que sería una verdadera injusticia no hacer lo
mismito que en su día hizo usted.
Si así fuera, Don José, espero que sepa y pueda usted disculpar a quien en esa tentación cayera, lo mismo que en este caso lo disculpé yo a usted.
Su más que afectuoso y querido “Amigo”
Caí en la Tentación
Miércoles de ceniza, andaba yo pensando en una “Pajarita”
que rimase con el significado de este día. Y cuando más perdido y más
desorientado me encontraba, sentí una tentación: la de robar. Yo había visto
una carta sobre la mesa de una persona amiga. Miré, curioso, el sobre, y él me
dijo: “es carta de mi hija en que narra su dicha en el convento”. Y yo entonces
pensé en que lo que dijera la monjita podría venir de molde en este día. Conque
mientras mi amigo se distrajo leyendo unos papeles, yo me guardé la carta que
transcribo. Que perdone mi amigo, que perdone la monja, y tú, lectora joven ve
cómo piensa y siente una muchacha de tu misma edad.
“Queridísimo papá: Hace tiempo que tengo muchas ganas de
escribirte y ya no lo difiero más, pues entra Cuaresma y no podría hacerlo
aunque quisiera. ¿Es algo que tengo que decirte? En concreto, no; pero si ganas
de hablarte de verdad de cosas así generales, pero de una manera particular y
más intima que cuando escribo para toda la familia.
A mí me pasa que soy en gran parte como tú; a veces pienso
que me diste mucho de tu carácter y de esa especie de doble personalidad o
fases de tu persona; que tú tienes una por fuera ante la gente, callado y poco
comunicativo, y otra en tu interior, distinta, que vive lejos de aquello que le
rodea, en un mundo interior que se te escapa sólo por la pluma, que puesta
entre tus dos fases traiciona tus secretos.
De veras papá, que tengo mucho de este tu carácter que sólo
explico de paso, pues ya de sobras conoces, y tú sabes que con él se goza mucho
y se sufre mucho; quizás no sepa decir qué sobresale más, si el sufrir, o ese
gozo especial que de nuestro mismo sufrir a solas, y considerando como sólo
cerrado y vedado a nosotros, se desprende.
Tú hablas mucho de la vida y de lo que ésta te trajo y
zarandeó. Papá, la vida, a mí, tan chica en edad cuando entré en el Noviciado,
ya me había hablado muy claro. La vida, siendo tanto, no es nada; y siendo
nada, es mucho sin embargo. Yo sé lo que quiero decir con esto. A mí se me
presentaba tan vacía que me enloquecía pensar que fuese así. Desde antes de
entrar en el Noviciado, más concreto desde la santa muerte de mamá, yo lo veía
todo horriblemente vacio. Fue entonces abrir los ojos a la realidad y
contemplar que era fea, e insuficiente todo cuanto lleva el sello de lo mortal
para ser digno de vivirse si no hay algo espiritual que le dé un valor
imperecedero y lleno; y esto sí que lo hay aún en lo más trivial, y es el
hálito divino, el espíritu de Dios llenando por doquier el Universo que Él creó
y mantiene; su voluntad en todo.
Esta participación de Dios en su propia obra que es el
mundo, la buscaba yo entonces, pero se me ocultaba, y estaba como descentrada
sin hallarla. Tú, que percibes lo que no se dice con palabras, has tenido que
notarlo en mi entonces e incluso en el Noviciado. Te digo en verdad que yo
estoy hecha por Dios sólo para la vida religiosa; no podría vivir fuera. Por
eso éste es mi lugar. Pero el convento exige mucho, lo exige todo. Este todo es
de proporciones tan gigantescas como lo es la personalidad humana con todos sus
atributos y ambiciones. No hay libertad ni para hacer ni para no hacer lo que
se quiere; se hace todo como si una no fuese persona con voluntad. Así está
ordenada nuestra vida, a toques de campana, y a no ser, ni para la menor cosa,
“yo”, sino una esclava.
Esto es maravilloso y santificante; la vida religiosa es una
de esas que yo antes llamaba llena con el lleno de la verdad de lo que es, y
participa de algo que no es humano ni perecedero. Pero esto a veces cuesta
mucho, y se tienen que ir dejando atrás pedazos de la propia vida, lo que no se
hace sin que la naturaleza proteste y, a veces, mucho. Ya te digo que mi vida
es ésta sin dudarlo, y en otro lugar no podría realmente vivir; mas esto no se
opone a que exija constantes y muchas renuncias. Pero todo esto hace mayor el
mérito, más dura la adquisición de una santidad que Dios exige, y más grande e
intima la satisfacción de dárselo.
También en el convento hay alegrías papá; o mejor diría
gozos; gozo íntimo produce esta misma vida cuando al fin se rinde una a Dios y
se logra apagar todas estas rebeldías que nos levantan queriendo exigir lo
nuestro. Los goces de la vida espiritual son inmensamente mayores que todos, y
el gozo de vivir una vida que es llena de la única verdad, no se puede comparar
con nada.
Dirás que estoy filósofa, pero no olvides que es que he
cursado filosofía en el curso pasado; aún cuando una cosa es la Filosofía, y
otras mis filosofías. Bueno papá, no te rías de mí; pero es que tenía esta
tarde muchas ganas de charlar un rato contigo, que nunca lo hago. Hasta otra,
si Dios quiere.
Un abrazo fuerte, grande y apretado, con todo el cariño de
tu hija”.
Y como en la “Pajarita” de hoy no puse sino el prólogo, no
es justo que fe la firme por entero. Pondré solo
MONTOTO
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