MI SALUDO PRIMERO
Tenía yo que escibirte y no lo he hecho. Yo que escribo más que el tostado, y que, por menos de nada cuento lo mío y lo ajeno, me he quedado en suspenso porque, ni sé qué decirte, ni qué contarte, ni como saludarte, ni qué encargos hacerte. Tú no lo sabes aún; pero andando los días, te darás cuenta de que hay ocasiones en las que se hace uno materialmente un lío y, de tantísimas cosas como se ocurren, no cuaja ni una sola. Y eso es lo que me pasa desde hace cuatro días.
Yo estaba aquella noche en el casino del pueblo, con unos algunos amigos, cuando tu tío llegó y me dijo suavito y en secreto: "Avisan de Vejer que tienes una nieta". Dos fueron mis primeros sentimientos: Uno ofrecerte a Dios, en oración que, aun dirigida desde el casino, tuvo que serle a Él grata y a ti util; otro acordarme de la abuela que se fué antes de serlo.
Luego, más tarde, hice en tu nombre lo que aun hacer no puedes: ir a la plaza de la Iglesia, y en la misma pared a la que está adosado el Sagrario, rezar un Credo en tu nombre, como acto de fe que aun no puedes hacer y que yo hice por ti; una Salve después a la Virgen Setefilla, como primera ofrenda que tú hacías por mi medio, y luego un "Gloria in Excelsis Deo", como himno de alabanza con el que a Dios loabas al entrar en la vida, y que deseo que sea como el inicio de los que en otra vida de gloria cantes eternamente cuando dejes el mundo al que acabas de entrar.
Yo, hija mía, te esperaba, y temía que que no llegases, te quería "hija mía" y no "hijo mío", porque quería que se empleara el nombre de aquella que se fué; y con el nombre, esperaba, y espero, que en ti encarnen ideas y costumbres, carácter y virtudes de la que, por tu medio y en tu persona, puede tener una prolongación de su existencia, de la que quiero seas reflejo fiel.
Otras cosas que éstas no te puedo decir. Si de la abundancia del corazón habla la boca, de las turbaciones emocionales calla la pluma. Te quiero saludar, no obstante, con un escrito, porque es lo que sé dar. Y en él, y por medio de él, quiero dar testimonio de que me he ocupado de ti desde el primer instante, y que mi presente de abuelo ha sido -no lo dudes- el mejor. Porque desde la plaza solitaria, en la alta madrugada, pegado al muro del Sagrario mismo, la noche en que naciste, hacías, por mi boca, acto de fe; te ofrecías a la Virgen y cantabas las glorias del Señor; que esos, y muchos más milagros, sabemos hacer los abuelos con el poder que tener nietos da.
Antes, cuentan los cuentos que, al nacer una niña, venían las hadas buenas y le otorgaba dones. Ahora eso no se estila en tierras de cristianos. Así, pues, no habrá hada que te haya dado ese don. Pero hay alguien de más excelsitud y de inmensa bondad a la cual te encomiendo. Que Ella cuide de ti; que la Virgen María, bajo los titulos de Setefilla y de la Oliva, vele siempre tu sueño y presida tus horas de vigilia. Y que Santa Isabel, a la cual te encomiendo de manera especial, te haga más buena que dichosa. Porque la dicha en la tierra se acaba, y en cambio la bondad es la llave que abre la mansión de la dicha verdadera y eterna. Tal te desea tu abuelo en su primer saludo.
JOSÉ MONTOTO
1.947
0 comentarios:
Publicar un comentario