Por: María Prats. Hermana Superiora de la Congregación Esclavas del Divino Corazón.
Funeral Concha Montoto – 31 enero 2016
Cádiz, 10 de mayo de 1928 –
Sanlúcar la Mayor, 30 de enero de 2016. Ochenta y siete años de vida y
plenitud. Este ha sido el recorrido vital de nuestra querida hermana Concha. Ochenta
y siete años llenos de vida y entrega generosa; por eso hoy en nuestra
Eucaristía damos especialmente gracias al Señor.
Desde que el 11 de febrero de 1950 hace su profesión
religiosa, no tiene otro querer ni quehacer más que ir buscando, en todas las
situaciones y circunstancias de su vida, la voluntad de Dios sobre ella. Siempre
con un único propósito: que el Amor de Jesucristo llegue a todos y que esa voluntad del Señor se realice también
en ella, en la Congregación.
¡Cuánto bueno nos has
dado, Concha! Tu inteligencia, tu afán de búsqueda y fidelidad, tu espíritu
fino e inquieto, tu lucidez en todo momento y circunstancia, tu sentido del
humor acertado siempre…
Gracias, Concha, por tu vocación
de educadora, por tantos años de dedicación a miles de niños y jóvenes a los
que has entregado lo mejor de ti misma cada día, por tu cercanía, comprensión,
paciencia, buen hacer profesional… por darles a conocer, con el testimonio de
tu vida, el Amor del Señor, que son queridos
por Dios.
Gracias, Concha, por tu dedicación
y entrega en cuerpo y alma a la Congregación, trabajando siempre por
enriquecerla en la profundización de nuestra espiritualidad y carisma.
Fuiste para nosotras, las
Esclavas del Divino Corazón, un pilar fundamental en tiempos de crisis y oscuridades,
cuando en los años del postconcilio andábamos buscando, desde toda la Vida
Religiosa, cómo adaptarnos a los cambios que la Iglesia nos pedía…
manteniéndonos fieles a nuestro carisma, volviendo a las fuentes, a las raíces
en que bebieron nuestros Fundadores… Eran tiempos convulsos, en los que supiste
mantener la mirada limpia para descubrir lo esencial y la coherencia personal
en la lucha por mantenerte fiel y ayudarnos a las demás a serlo.
Gracias, Concha, por poner
en nuestras manos y acercarnos al corazón, la profundidad de la espiritualidad
de nuestro Padre Fundador, Marcelo Spínola: la selección de sus escritos en
textos breves agrupados por temas (el famoso “libro verde” que todas llamamos),
la organización del archivo de los fundadores que se ha convertido en un
verdadero centro de irradiación espiritual para tantos sacerdotes que han
podido beber en las fuentes de la espiritualidad del Beato Spínola, el museo
con objetos personales y significativos de Celia y Marcelo, la publicación de
opúsculos, folletos, hojas divulgativas sobre la vida y obra de los Fundadores,
en colegios, parroquias, centros de espiritualidad… una labor callada,
constante, tenaz… Con toda razón oí decir en una ocasión a un sacerdote: “No
hay nadie que sepa más sobre Marcelo Spínola que la hermana Concha Montoto”
Gracias, Concha, por ayudarnos a conocer mejor y querer más a nuestros
Fundadores.
Gracias, Concha, por tu
dedicación a los procesos de beatificación de Marcelo Spínola, Celia Méndez y
Madre Belén. Tantas horas de estudio, selección de datos, recopilación de
testimonios… Para contribuir a hacer brillar en la Iglesia la santidad de personas
que pueden ser impulso y referentes de vida para nosotras Esclavas y para
cualquier cristiano en su respuesta de fe. El pasado 12 de noviembre pudiste
vivir la alegría de ver culminar, aquí en Sanlúcar, esa fase diocesana del
proceso de M. Belén (por tu salud quebrada, habías expresado en alguna ocasión,
que no llegarías a verlo, el Señor te lo regaló)
Y sobre todo, Concha, GRACIAS,
MUCHAS GRACIAS, por esta última etapa, corta, de tu vida aquí en Sanlúcar, en
nuestra comunidad de mayores. En la rutina del día a día, en la aparente
“improductividad” de una vida vencida y que se apaga, en la dureza del despojo
total de salud, fuerzas, facultades… has vivido siempre agradecida y has sabido
ser hermana, compañera, apoyo, testimonio, para las que contigo hemos convivido:
una palabra, un consejo, un comentario oportuno que da luz, una mirada de
comprensión… Esclava del Divino Corazón hasta el último momento de tu
existencia.
GRACIAS, SEÑOR, GRACIAS CONCHA
DEMONIO DE MUCHACHA
¡Demonio de muchacha....! Mi hija, la más pequeña de ellas, se enamoró de firme. Y como amor da fuerzas, decisión y energías, ella muy decidida, me ha hablado de su amor. Quiere irse en pos de él: no le duele dejar a sus hermanos, ni apartarse de mi, ni perder el contacto con las cosas que fueron de su ,madre y que nos hablan de ella en el hogar. ¡Demonio de muchacha...! ¡Las cosas que hace amor y puede amor!
Me dirás tú, lector, ¿cómo fuiste tan negligente que no las ha vigilado? ¿Cómo has dado lugar a que en su pecho prendiera la pasión?
A lo que te contesto: Era la más pequeña, y, de los hijos, nunca pensamos que lleguen a mayores y que pueda amar. Sin embargo, ella ama, y aún cuando es la más chica y más amiga mía de las cinco. ¡Ya me quiere dejar!
Pero es, lector, que el esposo que anhela es por demás amable. Ella se ha enamorado del Esposo. Y a unirse va con Él en castos desposorios.
Cuando ella me ha contado sus amores, yo he sentido alegría singular.
¡Que bien supo escoger! Tan chica, ¡y ya tan sabia! Tan desprendida,
¡y ya tan ambiciosa!
A mi me faltaba este honor y esta gloria, y ella me los regala. ¡Padre de una hija monja! ¡Qué delicioso titulo es éste para mi! ¡Y qué negocio el mío! Porque si yo le doy, como en verdad le doy, con muy grande alegría a mi hija predilecta, ¿que no me dará Dios de cuanto me convenga?
Sus hermanas y ella andan atareadas con el modesto ajuar, en el que cosen. No hay bordados, ni encajes, ni hay lujo en las prendas. Todo pobre y sencillo: todo honesto y holgado; todo amplio, como es amplio el sacrificio de su entrega total; todo blanco, como es blanca su alma; todo sencillo, como es sencillo su noble corazón.
¡Demonio de muchacha...! ¿Ves que voy para viejo y te vas de mi lado?
Ya sé que ne dirás: "es que, padre, me voy, para estar más contigo". Y es la pura verdad. Yo sé que en el Sagrario, cuando estés a solas con tu divino Esposo, le dirás cosas mías. Yo sé que, cuando la obediencia te lleve un día lejos, me llevarás contigo, prendido en el recuerdo de tu mente, guardado y escondido en la más hondo de tu corazón. Yo sé que cuando muera, tú no estarás conmigo, pero estarán tus rezos pidiéndole a tu Esposo albergue para mi. Yo sé que, como un día se fue tu madre, porque Dios la llamó a gozar de Él, a ti te llama ahora para que inicies el pre-gozo; el gozarlo en la vida, que es el modo mejor de prepararse para gozarlo luego.
¡Demonio de muchacha...! ¡Qué tarumba me han vuelto tus amores, que, hasta conforme estoy y hasta contento de que me dejes para siempre y del todo! Porque es la cosa que, pensándolo bien, te sobra la razón; es la cosa, que, sin tu proponértelo, esos amores tan desinteresados resultan un negocio. Porque, en definitiva, ¿a qué renuncias? Renuncias a sufrir. Ya tu me ves a mi: Por cada rato de contento ¡cuantos día con la frente nublada por la preocupación!; por cada minuto de alegría, ¡cuantas horas de pesadumbre! La maldición divina fue terrible: Con el sudor de tu frente ganarás el pan, nos dijo a nosotros; y a vosotras: parirás con dolor; y a unos y a otros nos condenó a dolores, a enfermedades y a la muerte. De todo ese castigo a ti no va a alcanzar sino la parte última; la de la muerte, que, en vosotras, las santas religiosas, más que muerte es la puerta de la Vida.
Te marchas de mi casa, que es en la que naciste; lo dejas todo para siempre. Y no te pierdo a ti. Perdemos la familia el ejemplo constante de una santidad alegre y sencilla: de una santidad humana, sin ribetes de afección ni ñoñería: porque lo tuyo es, a Dios gracias, virtud clara y serena y no bobalicona beatería.
Te vas para siempre; vas a ser el hijo que menos años vas a estar al lado mío; porque eres más pequeña, lo primero; porque sales más joven que los que ya salieron, lo segundo. Tus diecinueve años florecidos en virtudes sencillas, dejan en esta casa una estela de amor... El paso de tu vida por la casa, no habremos ni podremos olvidarlo porque ha sido como una misión que nos has predicado con tu ejemplo; una misión sin sermones altisonantes, pero fecunda en enseñanzas de virtudes suaves, del más grato perfume.
Y yo, Conchita, mientras tú y tus hermanas coséis en el ajuar que llevas al convento, me acuerdo de tu madre, que tanto gozaría dándole una hija a Dios; y en este trance definitivo de tu vida y la mía, te quiero dedicar esta "Pajarita", la última, acaso, que leas en el mundo, porque saldrá en la víspera de tu apartamiento voluntario de él.
Todavía eres Conchita; luego serás ¿la madre qué? Eso no me he atrevido a preguntártelo, porque temía sufrir un desencanto. pero así, por escrito te lo voy a pedir. ¡Si tomaras el nombre de tu madre! ¡Si un día te llamaras Madre Santa Isabel!
En fin, voy a firmar, iba a decir otra vez: ¡Demonio de muchacha...!
Pero no, no lo digo. Ni en broma "pega" ya. Puesto que apenas leas la "Pajarita" te tendré que llevar hasta en convento, no te diré "demonio" porque allí no lo quieren. Y además porque al entregarte a la Madre Maestra de novicias, no le puedo decir que le llevo un demonio. Le diré -y es verdad-: Aquí le traigo, Madre, al ángel de mi casa...
¡Demonio de muchacha...! ¡Pues no me ha hecho llorar...!
JOSÉ MONTOTO
¡Demonio de muchacha....! Mi hija, la más pequeña de ellas, se enamoró de firme. Y como amor da fuerzas, decisión y energías, ella muy decidida, me ha hablado de su amor. Quiere irse en pos de él: no le duele dejar a sus hermanos, ni apartarse de mi, ni perder el contacto con las cosas que fueron de su ,madre y que nos hablan de ella en el hogar. ¡Demonio de muchacha...! ¡Las cosas que hace amor y puede amor!
Me dirás tú, lector, ¿cómo fuiste tan negligente que no las ha vigilado? ¿Cómo has dado lugar a que en su pecho prendiera la pasión?
A lo que te contesto: Era la más pequeña, y, de los hijos, nunca pensamos que lleguen a mayores y que pueda amar. Sin embargo, ella ama, y aún cuando es la más chica y más amiga mía de las cinco. ¡Ya me quiere dejar!
Pero es, lector, que el esposo que anhela es por demás amable. Ella se ha enamorado del Esposo. Y a unirse va con Él en castos desposorios.
Cuando ella me ha contado sus amores, yo he sentido alegría singular.
¡Que bien supo escoger! Tan chica, ¡y ya tan sabia! Tan desprendida,
¡y ya tan ambiciosa!
A mi me faltaba este honor y esta gloria, y ella me los regala. ¡Padre de una hija monja! ¡Qué delicioso titulo es éste para mi! ¡Y qué negocio el mío! Porque si yo le doy, como en verdad le doy, con muy grande alegría a mi hija predilecta, ¿que no me dará Dios de cuanto me convenga?
Sus hermanas y ella andan atareadas con el modesto ajuar, en el que cosen. No hay bordados, ni encajes, ni hay lujo en las prendas. Todo pobre y sencillo: todo honesto y holgado; todo amplio, como es amplio el sacrificio de su entrega total; todo blanco, como es blanca su alma; todo sencillo, como es sencillo su noble corazón.
¡Demonio de muchacha...! ¿Ves que voy para viejo y te vas de mi lado?
Ya sé que ne dirás: "es que, padre, me voy, para estar más contigo". Y es la pura verdad. Yo sé que en el Sagrario, cuando estés a solas con tu divino Esposo, le dirás cosas mías. Yo sé que, cuando la obediencia te lleve un día lejos, me llevarás contigo, prendido en el recuerdo de tu mente, guardado y escondido en la más hondo de tu corazón. Yo sé que cuando muera, tú no estarás conmigo, pero estarán tus rezos pidiéndole a tu Esposo albergue para mi. Yo sé que, como un día se fue tu madre, porque Dios la llamó a gozar de Él, a ti te llama ahora para que inicies el pre-gozo; el gozarlo en la vida, que es el modo mejor de prepararse para gozarlo luego.
¡Demonio de muchacha...! ¡Qué tarumba me han vuelto tus amores, que, hasta conforme estoy y hasta contento de que me dejes para siempre y del todo! Porque es la cosa que, pensándolo bien, te sobra la razón; es la cosa, que, sin tu proponértelo, esos amores tan desinteresados resultan un negocio. Porque, en definitiva, ¿a qué renuncias? Renuncias a sufrir. Ya tu me ves a mi: Por cada rato de contento ¡cuantos día con la frente nublada por la preocupación!; por cada minuto de alegría, ¡cuantas horas de pesadumbre! La maldición divina fue terrible: Con el sudor de tu frente ganarás el pan, nos dijo a nosotros; y a vosotras: parirás con dolor; y a unos y a otros nos condenó a dolores, a enfermedades y a la muerte. De todo ese castigo a ti no va a alcanzar sino la parte última; la de la muerte, que, en vosotras, las santas religiosas, más que muerte es la puerta de la Vida.
Te marchas de mi casa, que es en la que naciste; lo dejas todo para siempre. Y no te pierdo a ti. Perdemos la familia el ejemplo constante de una santidad alegre y sencilla: de una santidad humana, sin ribetes de afección ni ñoñería: porque lo tuyo es, a Dios gracias, virtud clara y serena y no bobalicona beatería.
Te vas para siempre; vas a ser el hijo que menos años vas a estar al lado mío; porque eres más pequeña, lo primero; porque sales más joven que los que ya salieron, lo segundo. Tus diecinueve años florecidos en virtudes sencillas, dejan en esta casa una estela de amor... El paso de tu vida por la casa, no habremos ni podremos olvidarlo porque ha sido como una misión que nos has predicado con tu ejemplo; una misión sin sermones altisonantes, pero fecunda en enseñanzas de virtudes suaves, del más grato perfume.
Y yo, Conchita, mientras tú y tus hermanas coséis en el ajuar que llevas al convento, me acuerdo de tu madre, que tanto gozaría dándole una hija a Dios; y en este trance definitivo de tu vida y la mía, te quiero dedicar esta "Pajarita", la última, acaso, que leas en el mundo, porque saldrá en la víspera de tu apartamiento voluntario de él.
Todavía eres Conchita; luego serás ¿la madre qué? Eso no me he atrevido a preguntártelo, porque temía sufrir un desencanto. pero así, por escrito te lo voy a pedir. ¡Si tomaras el nombre de tu madre! ¡Si un día te llamaras Madre Santa Isabel!
En fin, voy a firmar, iba a decir otra vez: ¡Demonio de muchacha...!
Pero no, no lo digo. Ni en broma "pega" ya. Puesto que apenas leas la "Pajarita" te tendré que llevar hasta en convento, no te diré "demonio" porque allí no lo quieren. Y además porque al entregarte a la Madre Maestra de novicias, no le puedo decir que le llevo un demonio. Le diré -y es verdad-: Aquí le traigo, Madre, al ángel de mi casa...
¡Demonio de muchacha...! ¡Pues no me ha hecho llorar...!
JOSÉ MONTOTO
6 comentarios:
Es preciosa esta entrada (que por larga he necesitado tranquilidad para leerla como se merece). En ella se engarza su principio con su final, y el uso que hizo de ese enamoramiento. Vemos la visión que tenía de ella la familia que la vio nacer con la familia que ella eligió, sus hermanas de la congregación, y el buen recuerdo que en las dos dejó. Es un lujo de vida, un lujo sin lujos, y un lujo también que quede recogido gracias a Jesús en este blog para que podamos leerlo todos los que la recordamos con tanto amor.
Es preciosa esta entrada (que por larga he necesitado tranquilidad para leerla como se merece). En ella se engarza su principio con su final, y el uso que hizo de ese enamoramiento. Vemos la visión que tenía de ella la familia que la vio nacer con la familia que ella eligió, sus hermanas de la congregación, y el buen recuerdo que en las dos dejó. Es un lujo de vida, un lujo sin lujos, y un lujo también que quede recogido gracias a Jesús en este blog para que podamos leerlo todos los que la recordamos con tanto amor.
A mí también me ha encantado, el orgullo de abuelo por su hija pequeña, valiente y generosa. Poque vivió su vocación hasta el final de sus días con sus "hermanas", que en realidad lo eran porque vivió, murió y quiso hasta después de su muerte quedarse con ellas, pero sin dejar a su familia a la que adoraba, chapo Sor Santa Isabel
A mí también me ha encantado, el orgullo de abuelo por su hija pequeña, valiente y generosa. Poque vivió su vocación hasta el final de sus días con sus "hermanas", que en realidad lo eran porque vivió, murió y quiso hasta después de su muerte quedarse con ellas, pero sin dejar a su familia a la que adoraba, chapo Sor Santa Isabel
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