La niña de "Las Salesas"
Abuelo ¿tú haces versos?...dame uno
para que yo lo lea.
Me dejó sorprendido
con su proposición. Era la nieta
de los sobresalientes y matrículas
la que solicitaba mis poemas.
La niña inteligente, de ocho años,
legítima heredera
-por parte de varón-
de una mente magnífica y excelsa:
la de su bisabuelo
(el decano hispalense de las letras,
académico ilustre,
hijo fiel de la Iglesia,
que, en loor a María,
manejaba la péñola
en cuyo empeño consumió más tinta
que cabe en el pantano de la Breña).
Por parte de varón ya queda dicho
y por línea materna
heredera del don inestimable
que los hombres llamamos “la belleza”.
La niña, reflexiva,
esperaba de mí la dulce ofrenda.
Removí la memoria.
No encontré ningún verso para ella.
Todos eran de amor... o de pamplinas.
De pronto me di cuenta
de que yo, por desgracia,
no tengo ni un adarme de poeta.
Sentí ¿cómo explicarlo?...
Remordimiento; pena.
La chiquilla, expectante, me miraba
como si comprendiera
que yo estaba en apuros
por una petición harto indiscreta.
(¡Improvisa!...¡Por Dios...¡No la defraudes!...)
-gritaba mi conciencia-.
¿Tú quieres a la Virgen?...-exclamé-.
Yo sí, -me dijo ella-.
¡De acuerdo!...Pues entonces
te voy a recitar unas cuartetas:
Ama al Niño Jesús. Sé como Él
chiquita, sé muy buena.
Quiere mucho a la Virgen...
y rézale por mí cuando me muera.
¿Te ha gustado mi verso?...Me quedé
pendiente de sentencia.
Ella reflexionaba. Luego dijo:
Seré como la abuela.
Seré como mamá, pero –compréndelo-
como el Niño Jesús... ¡qué más quisiera!...
Yo...seré como tú. Me horrorizó
que la niña me hiciera esa promesa.
¡¡No!!... ¡por favor... no imites a tu abuelo!
Imita a Las Salesas.
Ya tienes un “sitito” en esa banca
donde se sientan ellas.
Yo me quedo detrás, casi al final.
A veces, en la puerta
junto al perro pastor. ¿De qué te ríes?
Las mulas y los bueyes no te creas
que son seres con alma
y estaban con Jesús la noche aquella,
cuando los pastorcitos de Belén
llegaban al Portal con sus ofrendas.
¿Tú nunca te has fijado en ese perro
que, sin causar molestias,
acude al tercer toque
con una casi humana inteligencia?...
Tú, como estás delante
no adviertes su llegada, cuando llega.
Recoge las migajas del banquete
(la cita es evangélica).
Cuando estamos los hijos
congregados en torno de la mesa,
humildes, silenciosos,
los canes merodean.
Abuelo, no te entiendo.
¡Verás!... No es necesario que me entiendas.
Tú eres pura. Colócate delante;
los “publicanos” rezan
escondidos detrás de las columnas
porque ante Dios se mueren de vergüenza.
Tu abuelo es “publicano”. ¿Lo sabías?...
Los “publicanos” somos “los de Hacienda”.
Chiquita: ¿tú conoces a Danvila?;
ese también lo es, pero me lleva
muchísima ventaja,
estando a su favor la diferencia.
(Las cosas como son. Lo reconozco
sin que me duelan prendas).
Tanbién está en el gremio
esa persona buena,
sencilla, candorosa, respetable,
que es el señor Ojeda.
Me parece que yo no lo conozco.
Tú lo conoces, nena.
Lo ves cada domingo mientras que
sostienes con tus manos la bandeja.
Ese del pelo blanco
que se coloca siempre a la derecha.
El último que acude a comulgar
(que es el primero en la divina cuenta).
Abuelo, ¿”publicano” es cosa mala?...
Si es mala, yo no quiero que lo seas.
Bueno... ¡verás!...cobraban los impuestos;
los dracmas, los denarios, las monedas,
pero cuentan los Santos Evangelios
que un apóstol lo era.
Sin embargo, Jesús le dijo “sígueme”
y cupo en la docena.
Abuelo, cada vez te entiendo menos.
Charlaremos de nuevo cuando crezcas.
Quedamos emplazados.
Mientras tanto, te ruego que me creas.
Ya lo comprenderás más adelante.
Ahora vete, muñeca,
deja en paz a tu abuelo
y date un paseito en bicicleta.
La tiene Inmaculada
que me dijo hace un rato “¿me la prestas?”.
¡Anda!... dime otro verso.
Yo sé que los inventas.
Pero es que, de improviso, no es tan fácil.
¡Venga ya!... bueno. ¡Venga!...
(Le diré disparates. Menos mal
que la audiencia es benévola):
Una niña muy linda
ayudaba a su madre en las faenas.
Con sus tres hermanitos
era “tata” y niñera.
Ocupaba su tiempo
con labores domésticas.
¡Hay que ver con el arte
que servía la mesa!...
Diligente en su casa, fue también
diligente en la Iglesia.
Hermanita de honor
de las monjas Salesas.
Le gustaba moverse, trajinar.
Nunca supo estar quieta
y por ello fue siempre
la gentil camarera
del banquete eucarístico
que a los fieles congrega.
El afán de servir a los demás
lo llevaba en las venas.
Quien prestase un servicio
que contase con ella.
Y en cuanto resonaban las palabras
¡dichosos los llamados a esta cena!
la impulsaba un resorte misterioso
¡y tomaba en sus manos la bandeja!...
Chiquita, ¿tú conoces a esta niña?...
yo la tengo muy cerca.
Abuelito, perdona que te diga
que esos versos no pegan.
Jose María Montoto de Flores
NOTA: doy palabra de honor de que me he resistido durante mucho tiempo a entregar esta poesía que ocupa en “LA REVISTA” más espacio del que yo merezco.
Perdonadme, compañeros.
(Este poema no sale en “La espiral” porque fue escrito para la revista que publicaban entre todos los compañeros de la Delegación de Hacienda de aquellos tiempos. Mucho después una secretaria de Hacienda le entregó una copia a su hija Maruja).
martes, 1 de diciembre de 2009
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1 comentarios:
Buenoooo, ¡vaya cómo empezamos el mes! toda la mañana he estado sin este dichoso invento del internete, y cuando entro ¡dos entradas en una mañana! y ¡qué maravilla de poema! gracias, Isabel María, ya estaba a punto de pedirte una fuente de tus croquetas, pero esto es mejor, porque alimenta el alma en vez del cuerpo.
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