En un grupo de Montotos se ha despertado la vena literaria y se han puesto a escribir y comunicarse datos, hechos y anécdotas familiares de distintos temas y épocas. A ellos vengo hoy a sumarme yo, Concha Montoto Flores, la monja de la familia, con la intención de aportar también alguna cosa aunque por mis concretas circunstancias, como explicaré, no pueden ser demasiado amplias.
Salí de la casa Montoto para ingresar en el convento en julio de 1947, cuando en Sevilla vivíamos aún en la calle Albareda. El 19 y 25 de marzo del año anterior se casaron Cesáreo y Pepe, el primero en Vejer y el segundo en Bujalance. Fuimos nosotros tres los primeros hermanos en desgajarnos del racimo de los diez. Esto significa también que mis recuerdos se encuadran, y a la vez, se limitan, a la convivencia familiar sólo durante 19 años, que fue la edad en que salí de casa y los dejé.
¿Que recuerdo de aquellos años? Detalladamente, muchas cosas. Pero mi recuerdo fundamental no está en las cosas concretas que ocurrieran, sino en el ambiente en que vivimos con nuestros padres y en aquella convivencia de los diez. Nuestra casa estaba llena de vida y animación, a la vez que de concordia, a pesar de ser tantos, con diferentes edades y aficiones y cada uno con su diferente modo de ser. Pero, supuestas las “peleas” caseras entre hermanos, que a ciertas edades no pueden faltar, nos llevábamos bien, mejor dicho, muy bien. Allí viví yo muy a gusto, y así lo recuerdo, porque allí daba gusto vivir.
Y esto que fue verdad en los años en que los diez convivimos bajo el mismo techo, se ha prolongado también cuando cada uno hemos tomado nuestra ruta personal: ni entonces ni nunca ha habido entre los diez ninguna desavenencia fundamental, ningún problema que haya desajustado o roto, ni de fondo, ni de forma, esta realidad.
Como recuerdos concretos, quedan muchos en mi memoria: destaco las temporadas en Lora donde la animación de la casa se incrementaba con amigos y primos, sobre todo por parte de Jesús. Jesús era importante en nuestra vida loreña, porque era el “dueño” de los coches de caballo, lo que quiere decir que de él dependían nuestras idas al cortijo, meta ilusionada de aquellas temporadas. Y del cortijo, tanto en estas idas, como en las temporadas que en él pasábamos, recuerdo el recorrido por sus campos, el beber en aquellos arroyitos tan limpios y frescos que entonces corrían por cualquier lugar, el bajar a la huerta y coger las naranjas de los árboles; el ir a la “era” y ver aventar el trigo y trabajar al trillo; el buscar entre los zarzales los nidos de huevos porque las gallinas, que entonces andaban libres picoteando por los campos, los ponían allí, en los zarzales Y en el atardecer, ver las yuntas de mulos que volvían de arar. Y en la cocina grande del cortijo, la chimenea encendida, y tantas cosas más.
Estas idas esporádicas al cortijo las hacíamos fundamentalmente nosotras, “las niñas”, y Luis, mientras los tres mayores, Cesáreo, Rafael y Pepe, se ocupaban ya de cosas más de acuerdo con sus edades.
He nombrado a los tres mayores: Cesáreo, Rafael y Pepe. Y quiero dedicarles unas líneas precisamente a ellos, los que faltan.
Por supuesto que de los tres pueden contarse muchas cosas concretas e importantes. Yo voy a limitarme a expresar un poco la percepción que siempre tuve sobre cada uno, lo que me parece que más les caracterizó, sus cualidades y modo de ser, el cómo eran, según mi peculiar percepción.
Cesáreo: activo, simpático, optimista, responsable, de una indiscutible rectitud, y con una circunstancia que le dio siempre un prestigio entre los 10: ser el mayor. Entre nosotros, ejerció de mayor toda su vida. Ante cualquier circunstancia más especial, del tipo que fuera, que afectara a la familia, la expresión habitual ha sido siempre “a ver que dice Cesáreo”. Su opinión pesaba y daba garantías.
Vivió fuera de Sevilla bastantes años; se entregó a fondo al propio hogar que él constituyó, tan numeroso como todos sabemos y que centraba toda su dedicación. Pero nada de esto anuló, ni ante él ni ante nosotros, su puesto como hermano mayor.
Es cierto que él supo ejercer como tal. Pero no es menos cierto que los nueve restantes lo respetamos y consideramos siempre como lo que era para todos. Y le dimos siempre el lugar que le correspondía.
Otras muchas cosas podría evocar de él. Pero creo que ésta, que fue nuestro hermano mayor, para los Montotos Flores, tiene un recuerdo y una relevancia especial.
Rafael: Educado, moderado en todo, de buen carácter, de fina ironía, muy cuidadoso tanto de sus cosas como de todo lo que con él tuviera relación. Sus trajes siempre impecables; todo en él y todo lo suyo era limpio, ordenado, distinguido…
Me recuerdo en Lora limpiando los cascabeles dorados de los arreos de los coches de caballos, porque él nos lo pedía; no concebía el descuido en nada de lo que con él tuviera relación. Este simple detalle de querer los cascabeles limpios y brillantes, es un signo expresivo, entre los muchos que podría recordar, de su cuidadoso modo de ser.
Buen cristiano; buen hermano, cariñoso y cercano, dispuesto siempre a echar una mano a quien acudiera a él.
Empecé definiéndolo como educado, y es que había en él una especial distinción. Era así Rafael. Por su matrimonio con Luisa Linares, aunque a título de consorte, acabó siendo Marqués. Y es que Rafael, evidentemente, llevaba en sí toda esa hidalguía, esa nobleza innata que algunos poseen, que les brota de dentro y que él, al menos yo así lo ví siempre, poseía de verdad.
Pepe: Lo tuve siempre como el más valioso y dotado de todos los hermanos. Inteligente, culto, trabajador, lleno de cualidades; gran profesional como Abogado del Estado, literato y poeta… Como escritor podía haber llegado muy alto si a eso se hubiera dedicado en exclusiva; algo nos ha quedado de él en este orden de cosas; sus “Pajaritas”, sus novelas, sus obras de teatro, su libro “La Espiral” que recoge sus composiciones y donde se evidencian sus hondos sentimientos, su condición de creyente y también la gracia y simpatía con que describe personajes y asuntos que es un gozo leer.
Poeta, intelectual y artista. Sabía también pintar y hasta nos dejó algún cuadro.
A todo esto unía el ser un Montoto de los más Montoto. Con esto quiero decir que tenía esa concreta modalidad, que también se daba en nuestro padre, de abstraerse, de estar ausente de lo que le rodeaba, para vivir en su mundo, en ese mundo interior que absorbe a los que tienen por dentro algo mucho más valioso e importante que lo que de ordinario les rodea.
Pepe era un hombre de gran valía. Lo sabemos todos. Y recordarlo así, es algo que nos tiene que llenar de satisfacción.
“La niña que se murió”.
Al dedicarle un recuerdo a los hermanos que se fueron, me veo en la fraterna obligación de recordar a otro, en este caso otra que, aunque no la conocimos porque nació de los primeros y murió pequeña, ocupó en nuestra casa su lugar. Tuvo su nombre de bautismo, pero nunca fue nombrada por él; la llamamos siempre, sin más, “La niña que se murió”. Su retrato, -sólo el rostro con una melenilla rubia-, estuvo siempre en un lugar visible de la casa y muchas veces, como referencia para indicar dónde habíamos dejado alguna cosa, decíamos “junto al retrato de la niña que se murió”.
No sólo no sobramos ninguno en nuestra casa, a pesar de ser 10, sino que todavía había lugar incluso para aquella niña… que se murió.
Así, fue siempre, durante años. Pero un día –ya adultos todos y más que adultos- nuestro padre, con una pícara sonrisa, nos hizo una confesión: “el retrato de “la niña” no es de la niña, -dijo-, porque murió sin que tuviéramos ninguno de ella; es de vuestro hermano Rafael que, de pequeño, se le parecía mucho, y mamá la quiso tener siempre entre nosotros de esta forma; pero es Rafael”.
Tal confesión no alteró para nada las cosas, que siguieron siendo igual. La familia fue reduciéndose por el casamiento de los que lo hicieron y por mi salida también, y fue cambiando varias veces de piso: Albareda, Asunción, Nervión, Los Remedios otra vez; muchos muebles y objetos fueron quedando atrás con tanta mudanza; pero el retrato de “la niña que se murió”, que siguió llamándose así, permaneció en todo este periplo. Y hoy, mayo del año 2009, en el piso de Virgen de Loreto nº 24, vivienda de María y Mª Dolores, en el salón donde pasan el día, está colgado aquel mismo retrato de “la niña que se murió”.
Y aunque de nuestra casa y convivencia podrían contarse muchas cosas, éstas son las que en esta tarde se me ha ocurrido contar.
Termino aquí mi aportación, deseando a toda la familia, niños y adultos, lo que para todos pido cada día: la fe en Dios, única realidad que da sentido a la vida, y que en nuestra casa siempre alentó.
Que así sea, que en latín se dice: Amén.
4 comentarios:
Tía Conchita, es muy bonito lo que nos has revelado. Yo particularmente te quedo muy agradecido por ello. Pienso que te costaría mucho tomar la decisión de marcharte de un hogar como el que nos describes. Se ve que fué muy fuerte la llamada interior que sentiste, que esa llamada te dejó bien claro cuál era tu misión en la vida y que te sientes muy feliz de haberla cumplido a la perfección durante tantos años y de seguir en ello. Te quiero mandar un beso muy sentido y un recuerdo muy cariñoso.
Para mí, como blogmasterredactorajefeprimaveral, ha sido el mayor honor del mundo esta incorporación a nuestro rinconcito montotil.
Sabía que tenía muchas cosas que contar, porque ella también tiene ese don que le asigna a tío Pepe, el de ser "un montoto de los más montotos". Está en su enorme mundo interior, pero todo lo que se mueve a su alrededor lo absorbe.
Estoy segura de que Rafael no tendría que decirle dos veces que limpiara los cascabeles, porque sólo con saber que a él le gustaban así ya los tendría como los chorros del oro. Adivina dónde es necesaria. No hace falta una palabra de ayuda. Me ha pasado en los peores momentos de mi vida, cuando no sabía cómo salir adelante, cuando ni siquiera estaba pensando en ella. De pronto, como un hada mágica (o más bien como un ángel) aparecía por mi vida como si tal cosa, sin darle ninguna importancia, y aliviaba el momento con su paz.
Otra lección que ella me ha dado siempre (aunque se entere ahora) es la del respeto. Siempre ha respetado las decisiones de los demás, por muy apartadas que fueran de las suyas. Por eso yo no le he dicho ni mú de cómo me gustaban los cascabeles de este blog. Por respeto a sus decisiones. Pero ahora están brillantes, y yo encantada de la vida.
Gracias.
Tía Conchita, gracias, muchas gracias. He estado esperando (imagino que igual que los demás) tu colaboración desde el primer momento en que tu sobrina Cristina echó a andar su blog. Nos has bendecido su idea con tu llegada, y te digo que además de sabernos transportar a lo que fué y es tu gran familia que por suerte es la mía, nos tiene a todos " a tiro " dispuestos a escucharte ó mejor leerte, con la alegría de saber que nuestros mayores nos cuidan. Besos de tu sobrina Mamen
Tía Conchita, ¿te suena esto?:
" que aun cuando cada alma le dé su propia forma todas en definitiva son como las caracolas que al sonar parece que suspiran por el mar de que proceden. Y las almas proceden de Dios y quieren ir a Dios"
escribenos alguna "pajarita" de las tuyas,venga porfa, alguna tendras seguro.
"atencion" una pista para los demas, porque ella seguro sabe de que hablo, "pajarita monjil" del cuaderno que recopiló, Tío cesaréo
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