Hoy esta Pajarita es para gente muy mayor de edad. Porque es que el hecho de hablar la misma lengua no significa que hablemos necesariamente el mismo idioma. Cada edad tiene el suyo. Por eso a veces no nos entendemos. Aquel que tiene frío el corazón no entiende lo que dice quien lo tiene ardoroso, enamorado. Aquel que está en la edad ilusionada ¿cómo puede entender al que ya pasó de ella y se juzga en equilibrio frío y cerebral?
Hoy esta Pajarita es para gente muy mayor de edad, decía en el comienzo. Y si me apuras mucho, te añadiré que es sólo para mí. ¿Y para qué te escribes a ti mismo? –me podrán preguntar-. Pues me escribo –le digo- porque es una manera de deleitarse uno consignando impresiones íntimas y emotivas.
Hoy esta Pajarita es para gente muy mayor de edad, decía en el comienzo. Y si me apuras mucho, te añadiré que es sólo para mí. ¿Y para qué te escribes a ti mismo? –me podrán preguntar-. Pues me escribo –le digo- porque es una manera de deleitarse uno consignando impresiones íntimas y emotivas.
Fui el viernes de boda. Mejor diría “fuimos”, porque aquí en esta casa todo marcha a compás; a ese viejo compás de las familias como ellas eran antes: unidas, en armonía perfecta y en fraternal consorcio. Y ayer, aun los nuevos esposos en Sevilla, y aun en Sevilla los que a la boda fuimos, antes de que la dispersión se llevase a cada uno a su puesto, hemos tenido una celebración íntima, y tan sabrosa, que el gozo rebosó toda mi alma.
A estas alturas, cada cual en distinta población, y con ocupaciones, con negocios, con hijos, es muy difícil hacerlos coincidir. Cuando uno puede le es imposible al otro, y cuando este otro puede tiene el uno un quehacer. Ni hay casa que aguante este aluvión de gente. La mía, al menos, falló, y en hoteles pernoctan algunos matrimonios.
Pero hay una función en la familia que tiene mucho de sagrado rito. La mesa es como altar en donde se oficia ese ministerio de padre de familia que provee a los suyos del sustento. El padre de familia es en la mesa en donde más solemnemente ejerce su papel. Dios que nos crea, se ocupa de proveer a nuestras cosas. Y el padre de familia, delegado de Dios, provee a las necesidades de los suyos.
Y a los míos senté ayer a mi mesa, y me alegré con ellos, y gocé al recontarlos y advertir que eran tantos. Los cinco matrimonios y los cuatro solteros llenaban una mesa que hubo que prolongar. Y yo al frente de ellos me sentí muy dichoso. Y muy contento, y muy agradecido a la bondad de Dios, al ver como Él había proveído de manera que yo, a mi vez, pudiese proveer a la veintena larga de comensales que éramos entre los que servían y los servidos.
Una mesa en la que hay ocho mujeres jóvenes, alegres, esperanzadas y risueñas, no es regalo que gocen muchos hombres. Y porque lo gocé en el día de ayer, di por bien empleados sinsabores y afanes de otros tiempos que han traído esta cosecha de alegrías. Faltaba, es cierto, quizás la más alegre. Pero esa nunca falta aun cuando ella no esté. Esa, que creemos ida, no se fue tan del todo. Porque es que al irse dejó una ventanita por la que ella nos ve y se asocia a todo; cuando cada mañana ante el Sagrario de aquella capillita del convento, se acuerda de nosotros. Y, como si el Sagrario fuese espejo que reflejase imágenes lejanas, ella, al pedir a Dios por los que aquí dejara, nos ve allí reflejados por lo que tiene de evocadora, y fuerte su oración.
Y así, con la hija monja presente en el recuerdo; con las cuatro que Dios me conservó y las cuatro que amor trajo a mi casa de la mano de mis hijos mayores; con los seis hombres jóvenes que por padre me tienen, fue para mi un día inolvidable el de ayer.
¡Hasta nos retratamos! Ese retrato de mucha gente que luego miran con curiosidad los que vienen después. “Mira papá de joven”, dice uno. “¿Y esta quién es?”, pregunta otro curioso. A lo que alguien responde: “Ésta es tu madre, o ésta es tu tía Isabel”. Yo seré inconfundible en esa fecha: por más viejo conmigo no habrá dudas. Todos podrán decir: “Este es abuelo”. Y acaso ellos no sepan que ese abuelo luchó mucho en la vida y tuvo sinsabores infinitos. Mas, también fue feliz en muchas ocasiones. Como lo fue ese día en que la mesa se quedara chica a fuerza de ser grande la familia, y en el que cinco matrimonios jóvenes llenaron de alegría aquel hogar al que sólo faltaba la que habría coronado aquella escena. Pero ella, desde arriba, yo sé que se gozaba con sus gozosos hijos. Y hasta me pareció que hubo un momento en el que descendía sobre todos maternal y sagrada bendición...
JOSÉ MONTOTO (1952)
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