Mi marido está malito,
se ha resfriado el pobrecito.
Y eso es una gran tragedia,
porque no tiene ni media,
ni media torta, te digo.
Tiene los bronquios fatal
de tantísimo fumar.
Así que, si se resfría,
no sabes tú la que lía.
Un jarabe pa la tos,
un sobre pa los moquitos;
la bolsa de agua caliente
pegada a los riñoncitos.
Y humedece hasta el ambiente
con un humidificador.
¡Vamos! Eso es lo peor,
porque es que te pone el cuarto
chorreando de vapor.
¿Maruja, no sabes tú
dónde habrá ido a parar
mi bufanda? ¿cual? la azul.
Pues no. Y ahí se perdió.
A la calle se salió,
y el malevolo airecito,
por la garganta le entró.
La culpa fue solo mía,
pues él pretendía salir
muy, muy bien abrigadito.
Después de todo ¡qué suerte
que tenga que ir al trabajo!
Cojo la puerta y me voy
derechita pa mi tajo.
Pues sentada mano a mano
con un hombre resfriado...
Mano a mano estara él,
que yo me voy pa la tienda
y no vengo ni a comer.
Ya he dicho que tengo suerte,
porque prefiero la muerte
a escucharlo estornudar,
sin pararse de quejar.
Vosotros os preguntareis
¿Cómo se atreve a narrar
el tremendo resfriado
con tanta veracidad?
Porque nunca se lee nada
de todo lo que yo escribo,
dice que eso es pa mis primos.
domingo, 3 de enero de 2010
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