Os he echado de menos, la verdad, aunque hemos pasado una semana inolvidable y no hemos parado ni un minuto, cada vez que veía a alguien sentado en una plaza, o en un café, con su portátil conectado, me entraban ganas de arrancárselo de las manos y meterme calentita en este saloncito tan animado.
Me gusta ser guiri, me gusta, qué le vamos a hacer. Casi tanto como ser bloguera. Me carga las pilas, me da nuevas fuerzas, y más en estas fechas que en mi casa nos ponemos muy tristes, porque mañana hará seis años que falta mi padre. Así que es mejor cargar las pilas y tener la cabeza entretenida en cosas nuevas.
Hemos pasado realmente unas navidades blancas. Los cuatro primeros días estuvimos en casa de una amiga en Trieste, una ciudad italiana que está en la frontera con la antigua Yugoslavia (ahora con Eslovenia). Allí, en las calles, hay unas cadenas en el borde de las aceras, porque cuando sopla un viento que se llama La Bora como no te agarres apareces en los Apeninos. A nosotros no nos ha soplado, gracias a Dios, y no hemos tenido que agarrar por los tobillos a ningún niño, pero sí nos ha nevado, y para unos sureños como nosotros, eso es una novedad apasionante (si llevas el termolactil, claro). Como catetos nos pusimos en medio de la calle, con los brazos en cruz cogiendo copitos. Los triestinos nos miraban un poco alucinados.
Ya que estábamos viajeros, decidimos ir también a Eslovenia (que es como si vas de Sevilla a Lora), y visitamos su capital, Ljubljana.
Otro día hicimos una excursión hasta el norte de Italia, a 14 kilómetros de Austria. El paisaje era impresionante, en blanco y negro, con las montañas llenas de abetos nevados ¡hacía nueve grados bajo cero! ¿os imagináis que frío?. Paramos en uno de los pueblos, la nieve nos llegaba a las pantorrillas, una nieve limpia que se deshacía en las manos, y, como no podía ser menos, nos tiramos unos a otros bolitas.
A Italia no llegan los Reyes Magos, sino una brujilla que se llama La Befana, y que volando con su escoba va soltando regalos a los niños italianos (en Venecia va en góndola, claro, es más práctico). Son regalitos más modestos que los de los Reyes, porque en la escoba no caben tantas cosas como en los camellos, pero la sorpresa y la ilusión es lo que cuenta, y como es tan lista, a nosotros también nos visitó, porque sabía que allí había unos niños españoles que no iban a llegar a tiempo de ver a Sus Majestades. Y el verdadero regalo lo han tenido con el viaje, que eso no se rompe como las barbies y las nintendos y lo recordarán mientras vivan.
Como colofón, acabamos la exursión en la maravillosa Venecia, y pasamos allí dos días disfrutando de sus góndolas y sus canales, y encima, el último día nos hizo sol y todo. Hemos pateado sus calles, con la boca abierta pisando charcos. La noche que me conecté no volví a visitaros porque preferimos dejar en el hotel a la adolescente con los niños y su facebook y nos fuimos los padres a tomarnos una copa al lado de la plaza de San Marcos. Venecia estaba inundada (el acqua alta, le llaman ellos), y teníamos que andar por unas pasarelas que ponen para no que no te mojes los pies. Pero el espectáculo era mágico, y salvo unos cuantos japoneses y algunos españoles, no había casi turistas, así que teníamos la ciudad entera para nosotros.
Ayer, dos horas antes de venirnos nos dimos cuenta de que il mio carissimo marito se había dejado mi mochila, con tutti i passaporti, mi cartera y mi teléfono en una bodega que había entrado él a tomarse un vinito italiano mientras yo hacía turismo por las iglesias. Casi lo ahogo en el Gran Canal, porque cuando volvimos corriendo a la bodega estaba cerrada y no la abrían hasta por la notte. Por un momento pensé que nos teníamos que quedar en Venecia a vivir (lo cual, teniendo en cuenta las goteras que tengo en mi casa no hubiese sido una vita tan diferente). Entré en una tiendecita que había al lado, se lo expliqué a la señora, con la suerte de que sabía dónde vivía el bodeguero y me llevó a su casa, que gracias a Dios, estaba al lado. El hombre se estaba duchando y tuve que esperarlo, pero lo tenía todo guardado, y fue tan amable que para quitarme el susto me dio una copa de una bebida que toman ellos, Spritz se llama. Es como un Campari mezclado con champán, que serenó mi ánimo y salvó la vita dil mio carissimo marito.
Así que aquí estoy, sana y salva, y encantada de calentarme los pies de nuevo con vosotros en esta mesa camilla. Poco a poco me iré poniendo al día de todas las entradas que hay nuevas ¡que son muchísimas!.
Besos a todos.
Hemos pasado realmente unas navidades blancas. Los cuatro primeros días estuvimos en casa de una amiga en Trieste, una ciudad italiana que está en la frontera con la antigua Yugoslavia (ahora con Eslovenia). Allí, en las calles, hay unas cadenas en el borde de las aceras, porque cuando sopla un viento que se llama La Bora como no te agarres apareces en los Apeninos. A nosotros no nos ha soplado, gracias a Dios, y no hemos tenido que agarrar por los tobillos a ningún niño, pero sí nos ha nevado, y para unos sureños como nosotros, eso es una novedad apasionante (si llevas el termolactil, claro). Como catetos nos pusimos en medio de la calle, con los brazos en cruz cogiendo copitos. Los triestinos nos miraban un poco alucinados.
Ya que estábamos viajeros, decidimos ir también a Eslovenia (que es como si vas de Sevilla a Lora), y visitamos su capital, Ljubljana.
Otro día hicimos una excursión hasta el norte de Italia, a 14 kilómetros de Austria. El paisaje era impresionante, en blanco y negro, con las montañas llenas de abetos nevados ¡hacía nueve grados bajo cero! ¿os imagináis que frío?. Paramos en uno de los pueblos, la nieve nos llegaba a las pantorrillas, una nieve limpia que se deshacía en las manos, y, como no podía ser menos, nos tiramos unos a otros bolitas.
A Italia no llegan los Reyes Magos, sino una brujilla que se llama La Befana, y que volando con su escoba va soltando regalos a los niños italianos (en Venecia va en góndola, claro, es más práctico). Son regalitos más modestos que los de los Reyes, porque en la escoba no caben tantas cosas como en los camellos, pero la sorpresa y la ilusión es lo que cuenta, y como es tan lista, a nosotros también nos visitó, porque sabía que allí había unos niños españoles que no iban a llegar a tiempo de ver a Sus Majestades. Y el verdadero regalo lo han tenido con el viaje, que eso no se rompe como las barbies y las nintendos y lo recordarán mientras vivan.
Como colofón, acabamos la exursión en la maravillosa Venecia, y pasamos allí dos días disfrutando de sus góndolas y sus canales, y encima, el último día nos hizo sol y todo. Hemos pateado sus calles, con la boca abierta pisando charcos. La noche que me conecté no volví a visitaros porque preferimos dejar en el hotel a la adolescente con los niños y su facebook y nos fuimos los padres a tomarnos una copa al lado de la plaza de San Marcos. Venecia estaba inundada (el acqua alta, le llaman ellos), y teníamos que andar por unas pasarelas que ponen para no que no te mojes los pies. Pero el espectáculo era mágico, y salvo unos cuantos japoneses y algunos españoles, no había casi turistas, así que teníamos la ciudad entera para nosotros.
Ayer, dos horas antes de venirnos nos dimos cuenta de que il mio carissimo marito se había dejado mi mochila, con tutti i passaporti, mi cartera y mi teléfono en una bodega que había entrado él a tomarse un vinito italiano mientras yo hacía turismo por las iglesias. Casi lo ahogo en el Gran Canal, porque cuando volvimos corriendo a la bodega estaba cerrada y no la abrían hasta por la notte. Por un momento pensé que nos teníamos que quedar en Venecia a vivir (lo cual, teniendo en cuenta las goteras que tengo en mi casa no hubiese sido una vita tan diferente). Entré en una tiendecita que había al lado, se lo expliqué a la señora, con la suerte de que sabía dónde vivía el bodeguero y me llevó a su casa, que gracias a Dios, estaba al lado. El hombre se estaba duchando y tuve que esperarlo, pero lo tenía todo guardado, y fue tan amable que para quitarme el susto me dio una copa de una bebida que toman ellos, Spritz se llama. Es como un Campari mezclado con champán, que serenó mi ánimo y salvó la vita dil mio carissimo marito.
Así que aquí estoy, sana y salva, y encantada de calentarme los pies de nuevo con vosotros en esta mesa camilla. Poco a poco me iré poniendo al día de todas las entradas que hay nuevas ¡que son muchísimas!.
Besos a todos.
2 comentarios:
Cris, hay que ver cómo cuentas las cosas... es un gustazo leerte. Me alegro muchísimo de que hayáis disfrutado tanto. Desde luego es el mejor regalo que han podido hacerle Los Reyes Magos a tus niños. El tuo carissimo marito también ha tenido suerte...
Muchos besos.
Seis años hace querido tio Miguel
pero como decir que te has ido
como decir que se apagó la luz de tu pincel
como decir que estás ausente
cuando el amor por tí sigue latente
como contar que se fué el color
que tus pinturas transmitían
como decir que sigues presente
en las personas que te querían
que siguen llevando tu calor
como contar que ese cariño
lo llevan en toda su plenitud
como decir que sigues vivo
tanto en tus hijas
como en tu querida Salud
como demostrar que ese querer
sigue tan dentro de esas personas
a las que le distes el ser
así lo voy a contar, así lo voy a
decir
querido tio Miguel
entre nosotros sigues vivo
jamas se apagará la luz de tu pincel
que tu inmenso colorido
nunca podrá desaparecer
que siempre serás querido
por las personas que te queremos querer
es la unica forma en que lo puedo decir
de otra manera no lo sé hacer
querido tio Miguel
Publicar un comentario