Digo una visión muy particular, porque del camino de Setefilla cada persona tendrá una visión o forma de verlo totalmente distinta, cada persona lo vivirá de distinto modo, más tratándose de un pueblo como Lora del Río, que se vuelca con su Virgen hasta la saciedad, que se entrega en cuerpo y alma a su madre María Santísima de Setefilla para llevarla hasta su casa ¿sobre sus hombros? o ¿sobre su corazón? Todavía a día de hoy no soy capaz de saberlo, incluso habiéndolo presenciado con mis propios ojos por primera vez, prometiendo solemnemente que no será la única ni la última. Ésta es la mía.
Escribir sobre esto creo que es tarea difícil y complicada, son tantas las cosas vividas en tan corto pero a la vez intenso espacio de tiempo, desde las 8 horas de la mañana hasta las 16:30 que llegó a las puertas de su Ermita, fue un caudal tan inmenso de sensaciones, de emociones, de situaciones, de encuentros, conversaciones, preguntas y respuestas, hubo de todo por eso creo que es tan difícil, para esta tarea teníamos verdaderos especialistas que tristemente ya no se encuentran entre nosotros, pero a buen seguro que hicimos el camino juntos, intentaré hacer una crónica que creo que esperáis desde hace tiempo, haré todo lo posible para que sea de vuestro agrado, a ver qué me sale.
Lo primero que debo hacer es agradecer a todas las personas con las que hicimos el camino, el recibimiento y la atención prestada, pero como son tantas lo mejor será ir nombrándolas a medida que el relato lo requiera.
El camino para mí empezó el mismo día de la montotada, incluso antes de este día ya tenía una invitación no sólo para hacer el camino, sino para ir a Lora bajo cualquier excusa.
– Primo, tú tienes que venir a Lora (él me dice primo, como yo a él, nos apreciamos mutuamente, para mí es una persona genial)
– Antonio (Monkli, es el marido de Lole, de tío Jesús) claro que voy a ir, el día que trasladéis a La Virgen al Santuario me tendrás allí como un clavo.
Con ellos hice un buen trayecto del camino, muy agradable y ameno, aunque el día era frío y desapacible en un principio, se torno en espléndido sol y temperatura estupenda para caminar bajo el calor humano y divino que lo envolvía todo.
Llegamos a Lora Machus y yo el día antes, habíamos quedado con José Luis (güito) para comer y pasar la tarde juntos, así fue, una comida estupenda y una sobremesa mejor aún, pasaron rápido las horas hasta caer la noche en la que dimos un paseo por el pueblo que nos llevó hasta la iglesia, aquí tuvimos el primer encuentro con los recuerdos, esos recuerdos que te estremecen, esa especie de calambre que te recorre el cuerpo y hace que se te encoja el corazón y afloren las lágrimas.
Sólo fue entrar en la iglesia y un chico joven, creo que de el gremio de la juventud le comenta a José Luis:
- ¿Te acuerdas de la última vez que estuvo tu padre aquí, que pidió velar a la Virgen
- Claro que me acuerdo, cómo se puede olvidar eso.
Tío Cesáreo y nuestro recuerdo estaban tan presentes como nosotros y todos los que estuvimos en esa ocasión velando a la Virgen en su compañía, en esa noche en la que el pidió velarla junto a los suyos, sabiendo que no habría ocasión de volverlo a hacer, sabiendo que no habría ocasión de repetirlo, ¿qué, y cuánto, pasaría por su cabeza esa noche? en estos momentos el corazón se encoge tanto, que si no se para, es porque Dios no quiere, para describir esta sensación no hay palabras, todos sabéis de que hablo no hace falta decir nada más. Así terminó esta jornada en Lora, con este emotivo encuentro con la Virgen nos fuimos a dormir.
Al día siguiente nos levantamos muy temprano para ir de nuevo a la iglesia, como todo el pueblo, queríamos ver levantar a la Virgen, de camino a la iglesia nos encontramos con la prima Isabel Montoto Linares y su hija, los balcones estaban engalanados, mucha gente por la calle, pañuelos blancos sobre las cabezas de los hombres. Al llegar, nuestro gozo en un pozo, no se cabía en el interior de la iglesia, pero claro, esto es lo lógico, todos sus hijos quieren estar con ella, todos queremos compartir estos momentos, y claro somos tantos que es imposible, todos los loreños y loreñas, hermanas y hermanos de esta gran Hermandad quieren acompañarla, así que nos quedamos en la puerta. Al salir la Virgen de nuevo vuelven los recuerdos, de nuevo llegan las lágrimas, sólo se cruzaron nuestras miradas ¿verdad Isabel?
- ¡hijo, me acuerdo tanto de ellos!
- ¡Dios mío! Fueron las únicas palabras que me salieron.
Ante esta situación decidimos irnos hacia las afueras de pueblo siguiendo el recorrido, para esperarla y recoger a Ignacio Montoto Castrillón, pues habíamos quedado con él a su llegada desde Sevilla y hacer el camino juntos. ¡Que frío hace! Era la frase de la mañana, pues vamos a tomarnos un cafetito para hacer tiempo mientras esperamos y entonamos el cuerpo para entrar en calor, dicho y hecho.
A la salida ya se encontraba cerca la Virgen, nos encontramos a los primos, Luis, Juan José y Santiago Montoto Castaños y un amigo, Joaquín Coronel Lasida, con ellos emprendimos de nuevo el camino, aquí empezaron mis preguntas sobre todo lo que entraña el camino, ¿qué cruz es esta? ¿cuál es la otra? ¿por donde vamos a ir? ¿el arroyo del helecho?... en fin de todo lo que se me ocurría, a lo que me contestaban sabia y pacientemente, caminar tranquilo y pausado, sobrio, con Ignacio cerca todo es recto, serio, todo tiene ese empaque de prestancia y categoría que el impone con su presencia.
Pañuelo blanco sobre su cabeza, medalla de oro sobre su cuello, cerca, muy cerquita de su corazón, medalla que perteneció a abuelo, a tío Cesáreo después, cuánto significaba para ellos, cuántos recuerdos, cuánto significas para todos nosotros, querida medalla, ¿cuántos caminos llevas, querida medalla? Quién mejor para llevarte, los representas a todos, querida medalla, desde abuelo hasta mi padre sin dejar de pensar en nadie, todos están aquí hoy contigo haciendo el camino, miro a Ignacio y los veo a todos en ti, querida medalla, ¡Dios mío, que camino nos queda por delante!
Un río de gente por las calles, yo me decía a mi mismo, -seguro que cuando salgamos del pueblo mucha gente se quedará en él- ¡grave error Jesús!, tremendo fallo en esta apreciación, no se quedó nadie, todo el mundo seguía a su Virgen, no estaban dispuestos a que marchara, dejándola ir sin acompañarla hasta su ¿casa? Esto lo pongo en interrogación, porque escuché una conversación de dos señores que discrepaban sobre este término, -su casa está en el pueblo- el otro le replicaba –su casa está en la ermita-
Yo pensé, que más da, su casa somos todos sus hijos, su casa está en cada uno de estos corazones que van con ella acompañándola, si es nuestra madre cualquiera de nosotros es su casa.
(continuará)
2 comentarios:
Publica ya la continuacion, me has dejado con la miel en los labios. No recuerdo haber leido una cronica de la Ida de la Virgen tan bonita como esta. Un abrazo primo.
Pues me temo que hasta el lunes no nos obsequiará con la continuación, porque los Reyes Magos le han traído un portátil pero no la conexión al internete...
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