Yo nací en el 77 y desgraciadamente no lo pude conocer pero esto no ha restado para que desde que tengo uso de razón todo lo que me han contado o he podido averiguar ha sido para sentir verdadero orgullo. Para mí el reflejo más fiel de la persona que fue lo tengo en sus hijas: tía María, tía Tote, tía Salud, tía Conchita y mi abuela Isabel. Desde que nací he tenido la suerte y privilegio de contar con el amor incondicional de mi madre y el de Tía María y Tía Tote. Desde pequeño he recorrido los pasillos de casa de las tías, el edificio de la prensa en matalascañas, la casa de mis abuelos en Vejer y la casa de la playa del palmar.
Mi tía Tote fue madrina de mi bautizo, recuerdo la tintorería del Greco, sus maquinas, ese olor tan peculiar que al recordarlo casi parece real. Muchos domingos bajábamos a comprar churros a la plaza y los tomábamos en un salón enorme lleno de muebles antiguos y con un gran ventanal por el que entraba bastante luz. Muchas noches sentado en la cocina tía María me preparaba un huevo pasado por agua, mientras esperaba a que mi madre terminara de trabajar. Por aquella época tía Tote tenía un Seat 124 blanco y aunque no estaba bien me sentaba en sus piernas y me dejaba conducir con el volante hasta aparcar frente a casa. Desde ahí y para su desgracia nunca deje de pedirle "favores" para poder conducir.
Recuerdo un gran pasillo por el que corría montado en un tractor de pedales que tenía solo para usar en casa por orden de tía María. Alguna que otra vez se armaba un revuelo tremendo porque tía Tote ponía algunas trampas para que los ratones que por allí deambulaban picaran. Recuerdo que tuvieron que ahogar a uno de ellos en la bañera a escobazos. Ahora me da risas ver a Tote muy alterada y con cara de haber visto al mismo diablo. Pronto se mudaron a los remedios a la calle arcos27. Es en ese piso cuando tengo el primer recuerdo de Rafaela.
Sentada en el sillón de la cocina con una mesa de camilla donde ayudaba a tía María a preparar la comida y dar la bienvenida a todos los que entrabamos de la calle. Por esa época yo me sentaba a ver la serie V, esa en la que comían ratones, no os podéis imaginar la cara y las broncas que me echaba, siempre llamaba diciendo: María mira el niño que no me hace caso con la tele¡¡¡
Recuerdo un día volver del colegio y encontrar la puerta abierta, no pase casi del zaguán cuando vi que había mucha gente que yo no conocía, todos en silencio. No tuve el valor de entrar al salón y fue ahí cuando mi madre y tía María me explicaron que Rafaela ya no me volvería a recibirme a la vuelta del colegio en su sillón.
La calle asunción siempre me trae buenos recuerdos, en casa de mi tía Salud y tio Miguel, cuando todos nos reuníamos para ver la cabalgata de reyes magos. La casa de mi tía Salud tenía un piano a la entrada que siempre me apetecía tocar aunque creo que a mi tío Miguel no le hacía mucha gracia. Tía Tote siempre me recordaba: mira en ese cuadro las niñas que están vestidas de flamencas son tu prima Marta y Cristina. Un año salí en la cabalgata y recuerdo que lo que más deseaba es pasar por el balcón donde estarían esperando que les lanzara todos los caramelos que pudiera. Creo que ese momento siempre lo recordaré.
De mi tía Concha recuerdo cuando se reunían los fines de semana en casa de las tías, y siempre me llamaba la atención el crucifijo plateado que siempre llevaba colgado y su aspecto impoluto y correcto.
La primera casa donde vivía mi abuela en Sevilla no la recuerdo con exactitud, pero no así la casa de Vejer, esas calles, cuestas empinadas, subir con el seita de mi padre hasta ver la torre presidiendo el pueblo, dándote la bienvenida. La casa de mis abuelos está en lo más alto de Vejer, siempre me llamaba la atención recorrer la calle con el nombre de mi abuelo hasta llegar a la puerta y entrar en su casa. Los recuerdos con mis primos y primas en Vejer son inagotables. Recuerdo a mi abuelo sentado en la entrada mirarnos como intentábamos bajar por la escalera a tropiezos. Había una cabeza de jabalí disecada que nos daba pavor cuando pasábamos por debajo.
Mi abuela siempre la recuerdo liada en sus faenas de redecoración y encalamientos varios. Nos contaban historias de la casa que aunque nos daba cierto miedo, nos encantaba escucharlas. Los días 15 no faltábamos nadie, ese día era y es muy especial porque la casa se llena de familia. Abuela siempre preparaba cafés con bizcochos de la confitería que le gustaban mucho a mi abuelo. A mi abuela se le ocurrió un día vestirnos de moros y hacernos fotos por la torre y por el pueblo y ahí que estábamos nosotros para seguirle todas las ideas tan ingeniosas que tenia.
Me encantaba entrar en las tiendas que tenía, en Key, en la calle asunción justo debajo donde vive mi tía Salud. Mi madre me compraba unos monos de colores con pollitos que creo que lo hemos tenidos todos mis primos. También la de república argentina era estupenda cuando todavía nadie en Sevilla tenia artículos de marroquinería, ahí estaba ella vendiendo unos jarrones de cerámica preciosos. Mi abuela siempre la recuerdo activa, inventando como divertirnos, con que reírnos y como disfrutar de los momentos en los que nos reuníamos. Siempre ha sido una superabuela para nosotros.
Con estos trozos de mis recuerdos, solo quiero dejar constancia de lo importante que sois para nosotros, la cuarta o tercera generación. El ejemplo que nos dais diariamente de valores, de apoyo, de respeto hacia los demás, de fe y de amor incondicional.
Desde el balcón desde donde está ''el abuelo'' seguro que se siente muy orgulloso de sus hijas.
Os mando muchas Flores y por mucho tiempo.
Ricardo E. Castrillón
2 comentarios:
Ricardo, leyendo tu texto me han llegado, a través de la pantalla del ordenador, olores: el de la tintorería, donde a mí me encantaba grapar unos papelitos verdes a la ropa con el número del pedido, con ese maniquí vestido de rey mago en época de Navidades y la plancha de vapor que llenaba de un humo como de niebla londinense todo el local.
También me ha traído sonidos, los gritos de la Cabalgata de los Reyes "¡beduínoooooos, tíradnos carameeeelosss!", que aún ahora, a mi edad, me hacen estar la semana siguiente afónica.
El color de Rafaela, la abuela que hemos conocido a falta de la verdadera, con su vestido negro y su moño, su risa, su cariño. También recuerdo ese día de silencio negro en casa de las tías, cuando ella se fue. Y de la otra que no nombras pero que estuvo tan presente en nuestra infancia, Isabel, la del albondigón de los domingos y la que me regalaba siempre en mi cumpleaños una fuente de almejas a la marinera que era el mejor regalo.
Y el olor y la risa de esas cinco Flores, sentadas en esa mesa camilla donde se debaten todos los asuntos familiares con una gracia especial, tribunal de la Inquisición familiar, en la que tanto me gusta estar, sentada y calladita para no perderme una pizca de ese humor tan gaditano.
Ese piano que hay a la entrada es de tu bisabuela, Isabel, y creo que desde que ella se fue nadie ha sabido sacarle la música para la que fue hecho. Todos los niños hemos aporreado sus pobres teclas. Quizás mi padre en la cabalgata no quiso añadir más estruendo al habitual de ese día, pero a él no le importaba que nadie lo tocara.
Sólo tengo que puntualizar una cosa de tus recuerdos. Esas niñas vestidas de flamenca tenían 10 ó 12 años en 1953, calcula la edad que tendrán ahora. No, esas no somos Marta y yo. Ya te conté que según mi hijo Miguel tengo 24 años aunque esté ya pa corporación dermoestética...
Gracias. Me has hecho revivir muchas cosas.
Ricardo, a ver si no vemos por Sevilla!
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