Lecciones de la vida, que jamás hubiera o hubiese estudiado, lecciones que por mucho que viviera o viviese, sin leerlas aquí con él, pudiera o pudiese aprender, por mucho que estudiara o estudiase, lecciones que, quien tuviera o tuviese la oportunidad de hablarlas con él en persona, sí hubiera o hubiese aprendido.
De nuevo creo que es grande la lección a aprender, no sé como enlazar esto, es triste hablar de ella, pero ¿Por qué no hablarlo? ¿Por qué hay que tener miedo a la muerte? ¿Se es más valiente por no temerla? ¿No es más temible la vida? Según nuestra fe, y nuestras creencias la vida no se acaba con la muerte, entonces ¿que hay que temer?
Veras Maruja, creo que es tan valiente tu padre como tu hermano, hay que ser valiente, muy valiente para despedirse de esa forma, pero no es menos valiente afrontar esta situación tan dura para un hijo, que tu padre te pida despedirlo de todos los suyos, puede que para siempre, que conversación más corta, “despídeme de todos” O es mas corta “Papá se ha ido” cual es más ¿valiente? cual es más ¿dura? Que frase es peor para aquel que ha de pronunciarla, creo sinceramente que para decir “despídeme de todos” aparte de ser valiente hay que tener una entereza extraordinaria y una paz interior cuanto menos igual o mayor, se debe tener una fe y una creencia en Dios absoluta, para con esa tranquilidad, apretar la mano de su hijo, decir adiós, pensando, creyendo que vas a entregar tu vida en la tierra, aunque pronto tendrás la que te pertenece en el cielo, eso es lo que les hace ser valientes, su fe.
Pero en una fría noche de hospital, con esa soledad que acongoja, sin el calor y el apoyo de tu familia, ver como tu padre se aleja para entrar en un quirófano, sin saber que pasará, sin tener la certeza de que volverá, sin saber si llegará ese triste y duro momento de tener (gracias a Dios no fue así) que decir a los tuyos “Papá ya no está” (esta forma de decirlo es solo un ejemplo, quien sabe lo que se diría en un momento así) como decir a tu madre, a tus hermanos, tíos, tías, sobrinos… “Papá se ha ido” ¿es esto más valiente? ¿Más duro? Es tan triste todo lo que rodea a una situación así, tan duro que no queremos ni pensar en ello, pero no hay más remedio que pensar en ello, porque “ello” está con nosotros permanentemente, a la vuelta de la esquina, esperando, no tiene edad, ni condición, ni color, raza… para todos igual.
Veras, te voy a contar mi visión sobre esto, creo que me darás la razón, pero no quiero que creas por ello que soy más o menos valiente que nadie, puede que incluso sea más cobarde que muchísimos en este tema, yo no tengo miedo a la muerte (diría que ninguno se lo tenemos) bueno te mentiría si te digo que no, pero ¿por que te mentiría? pues porque sí le tengo miedo, pero no a la mía, que además me ha pasado rozando varias veces, le tengo miedo a la de los demás, a la de la gente que quiero, porque es la que más me dolerá, bueno a mí, y a todos, porque es, a las personas que queremos a las que más echaremos de menos, y con las que peor lo pasaremos llegado este momento ¿verdad?
Abuelo trata de esto en varias “Pajaritas” he elegido esta porque creo que es la que nos hará pensar en esta circunstancia de la vida, en la cual no aprenderemos a tener, o no tener miedo de ella, pero si puede que aprendamos a esperarla de otra forma, de esta forma en la que él tenía tanta fe, tanta devoción, esa valentía para entregar tu vida a Dios cuando te llega la hora.
LA HORA INCIERTA DEL “YA”
No debemos hablar demasiado mal de las restricciones. De ellas, si se derivan molestias, se desprenden ventajas no pequeñas: una de ellas es el hábito del orden y de aprovechamiento. Lo que está escaso no se desperdicia, y en la escasez se aprende a estimar aquello que, disfrutado en abundancia, miramos con desdén y menosprecio. Además, la escasez que impone la restricción deja en tu alma como el regusto de una plática doctrinal, de una meditación sobre grandes verdades.
Al acabar la madrugada del domingo, mirábamos ansiosamente al reloj y al marcador de nuestra rotativa de modo alternativo. ¿Cuántos minutos quedan de luz? ¿Cuántos ejemplares por tirar? ¿Nos daría tiempo de lanzar por completo la edición, esa edición cerrada con laborioso afán para componer el mayor número de noticias en el tiempo tasado de que ahora disponemos? Los minutos pasaban, más rápidos de lo que deseáramos, mientras el marcador no corría tan a prisa como nuestro deseo. Un ciento más, doscientos, trescientos… un millar. ¿Queda aún mucho? De pronto se ha roto el papel; unos momentos que se pierden aumentan la zozobra. Al instante seguimos: se le da a la rotativa toda la velocidad que admite su manejo. ¡Por fin! Llegamos a la meta: la edición se termina. Seguid –ordenamos- en tanto que haya luz, que hoy habrá gran demanda. A poco, apenas hemos rebasado unos cientos, se ha terminado el fluido y todo queda quieto y entre sombras.
Este episodio nos ha hecho meditar en la vida y la muerte. Corre el tiempo, se acercará el momento de cerrar “nuestra edición”, galoparán los minutos, querremos aprovecharlos, nos agobiará la idea del próximo y fatal apagón. “¿Nos dará tiempo de terminar aquello que conviene a la hora suprema? ¿Se cortará el fluido cuando aún falten en la tirada de nuestra vida aquellos sentimientos de compunción, de arrepentimiento, de confianza en Dios?”
Este pavoroso problema me ha planteado la restricción de ayer. Del fruto que estas consideraciones han causado en mi alma le doy gracias a Dios. Y, de camino, bendigo a la restricción que, si acarrea agobios y molestias materiales, puede a veces ser fructuosísima en orden a problemas del espíritu. Porque es que te das cuenta de que hay “el apagón” que acaba con la vida, como hay en el transcurso de la misma, lo que yo llamo “la hora incierta del “ya”.
La vida no es como un reloj o como el teatro. Con el primero sabes exactamente qué hora es, y conoces cuál es el momento preciso en que deja de ser tal hora para ser tal otra. En el segundo, se desarrollan los acontecimientos de manera que, en un momento dado, cuando cae el telón, deja de ser el acto primero y al alzarse de nuevo es el segundo.
La vida, no: la vida es como un reloj que anda sin que tenga una esfera con las horas marcadas ni haya unas manecillas que señalen las horas; la vida es como un teatro sin telón, en el que los acontecimientos se suceden sin que entre ellos haya una separación aparatosa y perceptible.
Y, sin embargo, en la vida, con gran frecuencia, deja de ser una hora para ser otra, y con frecuencia grande está acabando un acto para que empiece otro. Pero, ¿Cuál es el momento en que cambia la hora? ¿Cuál es el instante en que termina un acto?
Muchas veces oímos decir a alguien: “Yo, si pudiera, haría tal cosa, pero “ya” no estoy para eso”. Es decir, que tú reconoces que hubo instantes en que te pudiste colocar, o hacer oposiciones, o casarte, o dar un rumbo grato a tu vida. Y reconoces también que “ya” no puedes. Pero, ¿cuándo empezó a ser “ya”? ¿Cuándo se puso tu cerebro torpe para estudiar, tus energías muertas para trabajar, tu corazón seco para amar? ¡Ah!, eso no lo sabes. Y sin embargo, fue en un instante: un instante en el que Dios dijo: “Basta. Tu ya no estudiarás, o no trabajarás, o no podrás amar”. Y acaso en aquel instante trascendental para tu vida estabas perdiendo el tiempo, ocioso, empleado en diversiones; quizá ofendiendo a Dios. Y en aquella hora solemne y definitiva de tu vida, mientras Dios decía “Basta”, tú no te dabas cuenta de que “ya” te sería imposible reconquistar lo que perdías definitivamente sin que te apercibieras a aquella hora. Fue mucho después, pasados unos meses o unos años, cuando, al querer actuar en un sentido, dijiste: “ya” no puedo”.
La consideración de todo esto es aterradora; porque, ¿quién sabe si Dios habrá pronunciado su terrible “Basta”, en algo que le incumbe a mi alma o a mi cuerpo? No sé cómo los hombres podemos vivir atolondradamente sin mediar en esto. Porque, de todos los enigmas, de todos los misterios de la vida, ninguno tan aterrador, tan escalofriante, tan misteriosamente temeroso como éste al que yo llamo “la hora incierta del “ya”.
JOSÉ MONTOTO
miércoles, 24 de febrero de 2010
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1 comentarios:
Prefiero los temas más alegres, además que en el blog generalmente estamos de broma, pero, ya que ha salido éste, os diré que alguna vez le oí decir a mi padre: "Yo ya he cumplido mi ciclo en la vida, así que ya me puedo morir. He creado una familia, he visto crecer a mis hijos, y están en unas circunstancias en la que ya no me necesitan, saben valerse por sí mismos."
Y seguía diciendo: "El que no debe morir es ése muchacho que apenas ha empezado a vivir; al que le falta hacer todo lo importante de su vida".
Yo sé que lo decía de corazón, pensaba así y estaba conforme con haber llegado hasta donde llegó.
Para mí, se fué muy pronto. Hubiera disfrutado mucho con sus nietos, como está haciendo mi madre; y hasta con sus biznietos.
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